martes, 12 de junio de 2018

CAP 37: Desafío al rey


Al calor de la hoguera los miembros del Consejo junto con el jinete y Lucero, intercambiaron ideas y temores sobre su aventura. Recordando lo que Aarón le había dicho unos minutos antes, el caballero se dirigió a él con curiosidad.
- Muchacho, hace un rato me dijiste que sabías una historia sobre los Caballeros de Aniram, me gustaría mucho oírla. Hace tanto tiempo que no hablo con nadie que desconozco lo se cuenta de nosotros en los libros de historia – solicitó el jinete-.
- Bueno, realmente no es exactamente  de todos los caballeros de Aniram y tampoco la leí de un libro– empezó a explicar Aarón-. No hace mucho, mi maestra Victoria me recomendó que leyera para encontrar soluciones a los problemas que sucedían en Dámbil. Como no soy muy buen lector empecé trabajando con pequeños pergaminos y me sorprendí al encontrar una historia sobre un caballero que cambio el rumbo de la guerra más famosa de Dámbil – al decir esas palabras el jinete pareció sorprenderse y el mismo Lucero agitó sus manos nervioso.
- ¿Estás hablando de un caballero de Aniram?- preguntó sorprendido el caballero.
- Así es, de uno solo – confirmo el consejero. Resulta que los libros de historia no contaron toda la verdad  sobre la guerra que hubo entre el Rey Brazofort y el Caudillo Calaverón que enfrentó durante años a orcos y humanos a causa del Pergamino Elemental. O al menos eso es lo que se dice en estos pergaminos perdidos que encontré en la biblioteca.
- ¿Estás diciendo que los libros de historia mienten? – preguntó Juan un tanto desconfiado.
- No es necesario que mientan, querido Juan – explicó el caballero con tono condescendiente- Hay veces que los libros solo cuentan una parte de la verdad o la versión de los vencedores de un conflicto. No es nada extraño. Por eso me gustaría escuchar esa historia. Adelante, muchacho – animó el jinete para que Aarón comenzara.
- Está bien, como sabéis, según los libros de historia, cuando el Rey Brazofort y Calaverón rompieron el Pergamino Elemental, se dieron cuenta de los desastres que había causado su codicia y decidieron hacer un tratado de paz para terminar con aquella locura. Pues bien, según lo que leí, no fue exactamente así –el muchacho carraspeo para aclarar la voz y continuó con su relato-. Al parecer, llenos de odio, el Rey Brazofort y Calaverón volvieron a citarse en el campo de batalla dispuestos a darse muerte. A diferencia de las ocasiones anteriores, sus ejércitos eran pequeños  pues sin el Pergamino Elemental, muchos guerreros de ambos bandos abandonaron a sus líderes cansados de tanta violencia. Pero los soldados que estaban profundamente contaminados por el odio de la guerra, decidieron seguir luchando empeñados en una rivalidad que transcendía cualquier lógica o razón. Cuando los contendientes se encontraban frente a frente dispuestos a arremeter sin piedad contra el otro bando, un caballero de Aniram se interpuso en su camino. Al principio pensaron que era un emisario pero allí quieto, sin moverse aquel jinete recitó un conjuro con palabras graves y antiguas que clamaban a sus ancestros. Los testigos aseguran que el caballero comenzó a brillar como una estrella y  a su alrededor, como por arte de magia, fueron apareciendo caballeros con sus majestuosas monturas.  Uno tras otro, los jinetes formaron una fila de más de mil caballeros y se quedaron quietos, interponiéndose entre las dos fuerzas como una inmensa muralla de acero vivo. 
 - ¿Qué pasó entonces? –preguntó Joaquín que seguía la historia embelesado.
- No paso nada, eso es lo fantástico –contestó Aarón. La caballería invocada mágicamente permaneció totalmente inmóvil durante varias horas. Muchos de los guerreros de Calaverón y Brazofort, asumieron que una magia tan poderosa solo podía ser voluntad de los dioses que deseaban que cesara la violencia. Poco a poco los enemigos se retiraron del campo de batalla hasta que quedaron solos Calaverón y Brazofort. Fue entonces cuando el hechizo se disolvió, y solo quedó el caballero que había invocado un ejército de la nada. Frente a frente, los jefes de ambos bandos no tuvieron la valentía de pelear. Sin ejército, sin pergamino, ambos se retiraron a reflexionar a sus tierras donde más tarde llegarían a la conclusión que lo más razonable era firmar la paz.
- ¿Y qué fue del caballero? – se interesó Luis Gabriel.
- Bueno, al final del texto venían algunas suposiciones. Se dice que el Rey Brazofort, preso de la ira, mandó capturar al caballero para  ejecutarlo por su traición, a fin de cuentas un humano se había rebelado ante su rey.  Se dice también que consiguió huir con su caballo y perderse en la inmensidad de Dámbil – aclaró Aarón.
- ¿Cómo se llamaba el pergamino que leíste? – preguntó el jinete que asimilaba las palabras de Aarón con cierta satisfacción al mismo tiempo que sus ojos brillaban como las brasas de la hoguera. 
 - Se titulaba “La carga de los mil jinetes” –respondió el muchacho.
- Es una historia genial, muchacho y me alegro de que me la hayas contado, sin duda aquel caballero era un jinete de Aniram porque tal y como juramos al entrar en nuestra orden; la violencia es el último recurso del buen guerrero.
- Sí, fue capaz de evitar una batalla sin recurrir a la violencia. Ojalá pudiéramos hacer un hechizo semejante, en estos tiempos nos vendría genial aunque no creo que las huestes de muertos de Górmul quieran negociar una rendición –observó Aarón-.
- Bueno yo puedo enseñaros algo que quizás os sirva llegado el momento –insinuó el jinete-. Vamos, levantad, ha llegado el momento de que aprendáis a combatir como un guerrero.
- Yo ya soy un buen guerrero – dijo Joaquín ofendido.
- He dicho que os enseñaré como UN buen guerrero – explicó el caballero enfatizando el “UN” de su frase-. Sois cuatro, os enseñaré a combatir como uno solo, coordinando vuestras mentes y vuestro esfuerzo. Si conseguís entender el concepto, seréis imparables.
- Eso suena bien, yo quiero que me “aprenda”- dijo Luis Gabriel y todos estuvieron de acuerdo con él.
                El jinete los llevó al exterior de la cueva. La noche avanzaba pero las nubes y la tormenta dejaron un firmamento limpio y sereno. La luna vertía su luz sobre los bosques haciendo que el entorno se iluminara con tonos plata y el aire trajera suspiros de madrugada. El caballero los guió a un pequeño claro donde no existían obstáculos y el terreno era uniforme.
- Atacadme – los desafió el caballero que portaba como única arma un bastón de madera.
- Le vamos a hacer daño – advirtió Juan que empuñaba su hacha de doble hoja y que sentía una inmensa euforia consecuencia de la ingesta del “corazón de estrella”.
- Adelante – les invitó el jinete.
                Los cuatro se lanzaron al ataque realizando combinaciones de ataques con sus armas. El caballero se movía con una ligereza y agilidad más propia de una anguila. Sus movimientos eran eléctricos a la paz que gráciles y usando su bastón fue capaz de esquivar a los cuatro consejeros con una facilidad casi insultantes. Así pasó más de una hora. Los miembros del Consejo no acusaban el cansancio, repletos de energía como estaban gracias a la milagrosa fruta. Lucero miraba desde una distancia prudencial, bufaba y relinchaba. Aarón miró al corcel y  casi pudo asegurar que el animal se reía y disfrutaba con el espectáculo. De repente el jinete propuso un descanso.
- ¡Alto! Descansad un rato mientras os explico una cosa- los muchachos depusieron las armas y se sentaron en el suelo perlados de sudor-. Estáis combatiendo como individuos no como un equipo. No habéis conseguido tocarme pero si me prestáis atención y actuáis como yo os diga os aseguro que mejoraréis enormemente. ¡Tú! –dijo señalando a Luis Gabriel- A partir de ahora te olvidarás de atacar, tienes una personalidad protectora y te preocupas de los tuyos. Serás el escudo del guerrero, tu obligación consistirá en mantener a salvo a tus compañeros. ¡Tú, el cabezota!- dijo refiriéndose a Juan-. Serás la espada del guerrero, eres temerario y audaz, arremete con fuerza contra tu enemigo y delega la defensa en Luis Gabriel – Juan asintió confirmando que había entendido la explicación-. ¡Aarón! Tú serás las piernas del guerrero, eres ágil y veloz, muévete por el campo de batalla para llegar donde tus compañeros no puedan – Aarón se levantó y corrió en círculos haciendo una demostración de sus cualidades-. ¡Joaquín! Eres astuto e inteligente, capaz de discurrir en momentos de alta tensión, serás la cabeza del guerrero. Hazte oír en el  campo de batalla, guía a tus amigos, dales órdenes claras para afrontar el peligro y observa a tu rival para encontrar su punto débil. Ahora, me volveréis a atacar pero haciendo cada uno lo que os  he dicho, poned todos vuestros sentidos en el cometido que os he dado.
                El entrenamiento se reanudó y poco a poco los miembros del Consejo captaron la idea del jinete. El caballero los corregía y les daba consejos para afinar su coordinación.
- ¡Luchad como un solo guerrero!- los animaba.
Durante un rato largo los consejeros trataron de alcanzar al jinete pero éste parecía prever todos sus movimientos. No obstante parecía que sus ataques comprometían  cada vez más a su aliado hasta que en un movimiento perfectamente coordinado Juan estuvo a punto de derribar al caballero. Este se sobrepuso y dio por terminado el combate. En ese preciso instante el cielo se inundó de un rojizo resplandor y todos quedaron perplejos  al comprobar que el amanecer los sorprendía. Habían pasado toda la noche luchando.
- ¡Muy bien muchachos! Casi domináis mis enseñanzas – exclamó el jinete-. Pero tenéis una misión por cumplir y una montaña por escalar – recordó señalando uno de los pasos de la cordillera-.
- ¿Por qué no vienes con nosotros? -preguntó Aarón esperanzado y el jinete se quedó mirando fijamente a Lucero-.
- No puedo acompañaros, tengo que atender mis propios asuntos – explicó el jinete-.
- Pero no puedes abandonarnos a nuestra suerte, Dámbil necesita cualquier ayuda –insistió Aarón-.
- El papel que jugaré en la batalla contra Górmul tendré que decidirlo con Lucero durante los próximos días, muchacho. Esforzaos al máximo en cumplir vuestra misión.
                No pudieron insistir mucho porque el caballero y Lucero se marcharon con las primeras luces del amanecer, no sin antes desearles suerte. Los consejeros se deshicieron en halagos y agradecimientos para Lucero y su jinete.
                Los cuatro no tardaron demasiado en emprender su ascenso por la montaña. Iban ligeros a pesar de sus fardos. Las lecciones del jinete los había colmado de confianza y “el corazón de estrella” los dotaba de una energía y resistencias fabulosas. El camino, a pesar de lo tortuoso del terreno, se realizó con cierta facilidad. El sol estaba en su punto más alto cuando consiguieron atravesar el paso de montaña y enfilar uno de los caminos que llevaban a los asentamientos de orcos y trolls. Animados por la falta de cansancio ni tan si quiera pararon a comer, a pesar de que Juan insistió en ello varias veces. Al llegar a terreno llano, decidieron marchar corriendo a buen ritmo para recuperar tiempo perdido. No pasó mucho rato cuando un imponente soldado orco y un oficial troll algo más pequeño que su compañero, salieron a recibirlos. Con cara de pocos amigos y pertrechados para el combate, vestían fragmentos de armaduras de placas y cuero. 
 - ¡Alto ahí extranjeros! – ordenó el troll con voz estridente.
- ¡Venimos en son de paz! –explicó Luis Gabriel con tono claro pero calmado-. Soy Luis Gabriel, miembro del Consejo de los 18 y estos son mis compañeros. Vamos en busca del clan de Colmilloferoz.
- Pues ya nos habéis encontrado, estos son terrenos del clan Colmilloferoz- dijo secamente el otro orco con voz brusca-. No queremos forasteros en nuestras tierras así que marchaos si no queréis problemas.
- ¿Quieres que le atice? – preguntó Juan susurrando al oído de Luis Gabriel a lo que éste contestó con un gesto negativo de su cabeza al mismo tiempo que Juan parecía defraudarse.
- Necesitamos tener una audiencia con vuestro rey, traemos noticias inquietantes. Necesitamos ayuda de vuestro clan – explicó el muchacho-.
- Nuestro rey no desea recibir a nadie y no prestaremos ayuda a extranjeros –replicó el troll-.
- Me temo que el problema que queremos tratar con vuestro rey es de suma importancia para que el destino de nuestro mundo lo decidan dos exploradores. No deseamos recurrir a la violencia pero si nos impedís llegar a vuestro rey estamos dispuestos a cualquier cosa – el tono de Luisga se hizo más amenazador y taimado, sus compañeros acariciaron la empuñadura de sus armas con aire desafiante, el troll dudó-. Vamos, somos cuatro contra dos. Nuestro deseo es solo parlamentar, dejadnos expresar nuestros temores a vuestro rey y nos marcharemos por donde hemos venido – esta última aclaración pareció convencer al troll, especialmente la amenaza de un combate en desigualdad.
- Esta bien, os llevaremos ante nuestro rey pero os advierto que si intentáis hacer algo extraño seréis ejecutados en el acto – Luisga asintió con la cabeza haciéndose cargo de la advertencia-.
                Caminaron junto con los exploradores del clan Colmilloferoz por un largo trecho a través de senderos y bosquejos. No tardaron en ver las casas típicas de los orcos en torno a campos de cultivo. Eran hogares sencillos con tejados de cuero y adornos de hueso que las hacían acogedoras al mismo tiempo que amenazadoras. Al fondo una gran muralla de piedra que se erguía con maestría en torno a la falda de una montaña se veían las puertas de la fortaleza del rey Grakuy. 
Los cuatro consejeros fueron escoltados a lo largo de las calles donde innumerables orcos salieron a recibirlos con aire hostil y desconfiado. Llegaron a un enorme edificio de madera y piedras silleras que se unían a la perfección con delgadas líneas de argamasa.  Los revestimientos eran toscos mazacotes de madera ribeteados. Aquí y allá se alzaban estandartes del clan que bailaban sinuosos con la brisa del mediodía. Guiados hasta su interior los  miembros del Consejo se encontraron frente a frente con el rey Grakuy, el temible semitroll de piel azulada que gobernaba con mano de hierro a los orcos y trolls al noroeste del mundo mágico.  Los consejeros fueron presentados y permanecieron ante la escrutadora mirada del rey. Al agitarse en su asiento, Grakuy acomodó sus brazos  dejando al descubierto el cetro que albergaba en su regazo. Los cuatro miembros del Consejo contuvieron la respiración, al ver el cetro del rey sus ojos se posaron atraídos por un magnetismo irresistible hacia la  enorme piedra azul que coronaba la vara del monarca. 
 - ¿Habéis sentido lo mismo que yo? – susurró Aarón a sus compañeros al sentir que la piedra azul lo embelesaba y lo atraía guiado por una fuerza bondadosa.
- Es…es el Zafiro de Estrella – exclamó Luisga con voz queda, asombrado por magia que rodeaba  el cetro del rey.
- Lo hemos encontrado – añadió Juan esperanzado-.
- No os he dado permiso para hablar- bramó el Rey Grakuy. Pero ya que tenéis ganas de charlotear, más vale que me expliquéis que hacéis en mis tierras.
- Curiosos son los modales con los que recibís a amigos y aliados – observó Luisga-. Mi señor traemos una petición de auxilio del Bastión, como bien sabéis nuestro mundo se halla amenazado por una fuerza que supera a cualquier mal conocido. Necesitamos la ayuda del clan Colmilloferoz para detener el avance de Górmul – terminó de decir Luis Gabriel-.
- ¡¡¡JAJAJAJAJA!!!- las risas del monarca estremecieron el salón-. ¿Me estás pidiendo que abandone mis tierras para ir a defender las vuestras? – el monarca siguió riendo largo rato y la corte de orcos lo acompañaron en sus carcajadas.
- Rey Grakuy,  los muertos son indestructibles, si no acudís en nuestra ayuda, cuando terminen con el Bastión vendrán  a vuestras tierras y arrasarán todo ¡Debemos uniros para luchar contra Górmul! – explicó Aarón interviniendo en la audiencia.
- ¡Ah, sí! ¿Y por qué no venís vosotros a defender mi hogar? – preguntó divertido el monarca mestizo.
- Señor, el ejército de  muertos se dirige al Bastión, será allí donde tenga lugar la batalla – explicó Luisga y mientras miraba con fijeza el cetro del rey, añadió- Y tenemos razones para pensar que podemos acabar con Górmul usando una  magia muy antigua.
- ¿Magia antigua? ¡Explícate humano! – exigió el rey.
- Perdón, mi señor, pero no puedo revelarle ese secreto – contestó Luisga agachando la cabeza-.
- Entonces, marchaos y no volváis – ordenó Grakuy airadamente e hizo un gesto con la mano indicando a sus guardias que quitaran a los jóvenes de su vista-.
                Los consejeros estaban siendo rodeados por los guardias para echarlos del salón cuando Luisga alzó la voz por encima de todos y gritó con todas sus fuerzas.
- ¡Eres un cobarde, Grakuy!
- ¡¿Cómo?! – bramó el rey levantándose airadamente del trono. ¡Osas insultarme en mi propia casa!
- Así es –confirmó Luisga y seguidamente, para sorpresa de todos añadió-. ¡Te desafío Rey de los Colmilloferoz! – el consejero dejó que sus palabras hicieran efecto mientras le susurraba a sus compañeros con voz casi inaudible-. Si muero, aprovechad la confusión y robad el cetro del rey, el Zafiro debe llegar al Bastión cueste lo que cueste.
- ¡¡¡Jajajaja!!!- No sé lo que os enseñan en el Bastión pero solo alguien muy estúpido retaría al gran Grakuy. Podría acabar con todos vosotros en un abrir y cerrar de ojos – se mofó el monarca-.
- ¡Así sea! – gritó Joaquín que estaba siendo arrastrado por los guardias. ¡Lucha con todos nosotros si tienes valor y si vencemos nuestro compañero Luisga se proclamará rey!
- Esto va a ser divertido – dijo el rey a toda su corte-. Traed mi hacha, os daré un espectáculo que tardaréis mucho tiempo en olvidar –ordenó el orco seguro de la victoria-.
- ¿Por qué has hecho Joaquín? –le preguntó en voz baja Luisga- ¿Qué pasa si morimos todos?
- Que moriremos juntos – afirmó Joaquín-. No te vamos a dejar solo en esto, juntos tenemos más posibilidades de salir vivos –
Mientras hablaban el rey  se enfundaba su armadura, una extraña pieza de metal que solo cubría la parte baja de su abdomen y sus muslos. Joaquín pensó que el diseño de la protección podía responder a dos cosas, a que el rey tuviera tanta confianza en sí mismo que no le importaba llevar el pecho desprotegido o que prefería llevar la parte alta ligera para ser más rápido y letal con sus ataques, no le gustó ninguna de las dos explicaciones. El gigante semitroll cogió su hacha. 
 - ¿Estáis preparados para morir? – preguntó seguro de sí mismo el enorme Rey que superaba a Luisga en un cuerpo de altura.
- Tened la cortesía de dadnos un minuto – suplicó Aarón y el rey hizo un gesto condescendiente permitiendo que los consejeros hablaran pues tenía total confianza en su victoria.
- ¿Qué vamos a hacer? – preguntó Juan excitado ante la perspectiva del combate.
- Bueno en primer lugar intentar que no nos mate y si tenemos alguna posibilidad de victoria pasa por dejar fuera de combate al rey, no podemos matarlo – explicó Luisga-.
- ¿Por qué no podemos matarlo? – preguntó Juan.
- No seas tonto, si matamos al rey no saldremos de aquí vivos. No somos orcos, aunque lo hayamos desafiado el pueblo no nos reconocerá como sucesores de Grakuy, nos desafiaran o nos matarán directamente. Nuestra única salida es ganarnos su respeto en el combate y esperar que cambie de opinión –manifestó Luisga-.
- ¿Y alguna idea de cómo hacer todo eso? – preguntó Aarón.
- Por lo que he entendido tenemos que dejarlo fuera de combate pero sin matarlo. Tengo una idea pero no es elegante – propuso Joaquín con aire misterioso-.
- No te hagas el interesante y cuéntanos, da igual que no sea elegante – exigió Aarón nervioso.
- Bueno, vamos a dejarlo KO atacando por debajo de su línea de flotación – explicó Joaquín con una sonrisa maliciosa.
- ¿Te refieres a que le zurremos en los “pendientes reales”? – preguntó divertido Juan.
- Efectivamente, hay que darle fuerte “ahí” para bajarle rápidamente los humos. Es un golpe bajo, lo sé, pero es la técnica más efectiva para derribar a una mole como esa- dijo señalando al enorme rival que tenían en frente-.
- ¿Cómo lo vamos a hacer? La zona sensible la tiene muy bien protegida por esas placas de armadura, no vamos a ser capaces de impactar en su “punto débil”.
- Podemos lograrlo si luchamos como nos enseñó el jinete – dijo seguro de sí mismo Joaquín-. Si me hacéis caso y luchamos como un solo guerrero combinando nuestras destrezas conseguiremos ganar.
- Seré tu escudo –dijo Luisga
- Yo tus piernas- se unió Aarón.
- Y yo tu espada- terminó Juan.
- Está bien, yo iniciaré el ataque. Aarón necesito que me des impulso. Luisga tienes que protegernos y Juan, cuando te ordene, lanza un buen puñetazo a los “pendientes reales” de ese grandullón – todos asintieron con rostro serio y concentrado-.
- ¿Podemos comenzar ya? –preguntó el rey algo aburrido.
- Cuando gustéis – confirmó Luisga.
                Uno de los guardias hizo sonar un cuerno para dar comienzo al combate. Para sorpresa del rey los cuatro consejeros salieron corriendo al mismo tiempo. Aarón el más veloz de los cuatro tomó la delantera. El rey vio al muchacho atacarle de frente y preparó su hacha para terminar con la vida de aquel humano enclenque. El orco balanceó su hacha y lanzó un terrible tajo horizontal dirigido a la cabeza de Aarón. El impacto era inminente cuando algo se interpuso en la trayectoria de hacha de Grakuy chocando estrepitosamente. El escudo de Luisga había frenado el golpe dirigido a su compañero. Aprovechando que el rey trataba de recuperarse, Aarón se puso tras Luis Gabriel y se tumbó boca arriba en el suelo con las piernas levantadas y semiflexionadas. Joaquín apareció en ese momento y saltó encima de las piernas da Aarón que actuaron como un muelle propulsor y lanzó a su compañero por los aires, saltando por encima de Luisga y del rey orco. Juan fintó varios ataques amagando y replegándose de forma rápida y efectiva.  Grakuy se vio sobrepasado y dudó. Lo estaban atacando por diferentes flancos y no vio volar a Joaquín por encima suya. El muchacho hizo una pirueta en el aire y desenfundó sus dos espadas, mientras caía lanzó un tajo cruzado y cortó las dos trinchas que sostenían la armadura del rey. El pesado trozo de metal que protegía la zona baja del abdomen se desprendió y cayó al suelo con un eco sordo. El rey quedó totalmente sorprendido al ver que su armadura caía por arte de magia quedando desprotegido.
- ¡Ahora, Juan! – gritó Joaquín.
Entonces su compañero avanzó como un toro y  lanzó un poderoso puñetazo a las partes pudendas del rey. El gigante orco se puso bizco un instante y luego se desplomó en el suelo roto por el dolor. Gemía y lloriqueaba cuando sintió el filo de una espada en su cuello.
-¡Ríndete rey Grakuy! – dijo Joaquín satisfecho.
                La sala estaba en silencio, todos los asistentes al combate vieron como en pocos segundos cuatro humanos habían vencido a su rey.  Grakuy gemía en el suelo recuperando la respiración.
- ¡Clan de Colmilloferoz!- bramó Luisga con voz poderosa  dirigiéndose a todos los presentes-. No deseamos ser vuestros enemigos. El rey Grakuy se ha batido con nobleza y valentía, de habernos batido con él de uno en uno, jamás podríamos haberlo vencido. Vuestro monarca tiene nuestro respeto – Aarón entendió la jugada de su compañero, deseaba mostrarse magnánimo en la victoria para salir vivos de allí, las caras de los orcos y trolls de la sala se relajaron un poco al escuchar los halagos de Luisga-.
- No…no os ayudaremos- dijo con voz temblorosa el Rey Grakuy desde el suelo empeñado en mantener su postura y su orgullo-.
- Está bien, respetaremos vuestra decisión. No os pediremos que vengáis al Bastión a ayudarnos pero exijo un premio de mi elección por haberos vencido en combate singular –solicitó Luisga con astucia-.
- ¡Pedid lo que deseéis menos nuestra ayuda! –gritó el rey mientras se levantaba del suelo.
- Quiero vuestro cetro, quiero la vara del rey – solicitó Luisga.
- ¿Mi qué? – preguntó incrédulo Grakuy.
- Deseo vuestro cetro, creo que es un trato justo- explicó el muchacho.
                El rey de los orcos se acercó a su trono y cogió con desgana el cetro y se lo entregó a Luisga. Justo en ese instante el Zafiro que coronaba la vara del rey, empezó a brillar con un fulgor que inundó la sala de tonos azules intensos. De la piedra surgió la voz de un hombre y todos los orcos, cautivados por una voz que le hablaba desde el corazón y el recuerdo de sus ancestros, agacharon la cabeza en señal de respeto y  se arrodillaron.

1 comentario:

  1. Maestro tienes mucha imaginación te espero en las otros Historias Aarón

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