jueves, 14 de junio de 2018

CAP 38. Comienza la batalla


La mañana del sexto día no hubo amanecer, los muertos llegaron en la oscuridad surcando la campiña, susurros de hueso y metal preludio de la mayor contienda acontecida en el mundo mágico. Unas colosales nubes negras encapotaban el cielo, tan solo unos destellos lejanos, que auguraban la proximidad de una tormenta, iluminaban de cuando en cuando el vasto terreno que rodeaba el Bastión.

A pesar de los esfuerzos de los miembros del Consejo por tener todo preparado, el Zafiro no había llegado. No tenían noticias de los grupos que habían partido en busca de ayuda y ahora, el Bastión debía soportar la acometida de Górmul. En la distancia la ciudadela parecía un velero en mitad de un océano tormentoso. A pesar de los esfuerzos por mantener la moral, el valor de las tropas estaba por los suelos, todos tenían la esperanza de que el zafiro llegara antes de que se iniciara el choque contra las huestes de muertos pero eso no sucedió.

Después de la asamblea, se corrió rápido la voz de que la guerra comenzaría pronto, todos los pueblos libres de Dámbil supieron de la invasión del ejército de Górmul. Algunos fueron directamente a la ciudadela a presentarse como voluntarios para la defensa, otros fueron con sus familias a ocultarse en las montañas. Gracias al adiestramiento impartido por Yumara y Cande, ahora mismo había cuatro mil defensores bien armados, pertenecientes a todas las razas y tribus de Dámbil, si fallaban…nada evitaría que el enemigo arrasara el hogar de los 18. No obstante, muchos eran campesinos sin experiencia, por eso las dos muchachas tenían la sospecha de que ante la menor complicación abandonarían las armas y huirían. Desde las almenas, Yumi miraba el campo de batalla con el aire contenido, jamás vio una cosa igual. Desde las alturas las hordas de muertos parecían una mancha de engrudo, negra y viscosa, dispuesta a engullir todo rastro de vida. Cande a su lado observaba con los ojos abiertos como platos, aferraba su bastón con tanta fuerza que le temblaban las manos. Lo más terrible era el silencio. Los ejércitos normales gritaban y bramaban ante el inminente combate, pero en este caso, los muertos no emitían sonido alguno, mantenían su posición como un dique a punto de estallar por la presión de agua.

- Tengo miedo –dijo Yumara susurrando para que solo su amiga escuchara su confesión. Necesitaba decirlo, expresar sus sentimientos porque la tensión era agobiante.
- No podemos tenerlo – afirmó Cande con tranquilidad a pesar de que la situación no invitaba al ánimo-. Todo ellos también tienen miedo – dijo mientras señalaba a todos los defensores que se agrupaban en torno a las murallas-. Necesitan vernos seguras, que crean que podemos ganar. Hoy más que nunca necesitamos que grites con esa voz tan estridente, pero dando ánimos y alentando para la lucha. Tienen que pensar que, al menos nosotras, creemos en la victoria. Hay que darles esperanza – Yumara observó a su amiga con renovado respeto y trató de sacudirse sus temores para cumplir con su obligación-.
Górmul no tardó en movilizar a su ejército al enterarse de que el Bastión reposaba en tierra firme y era vulnerable. La hueste de no- muertos había tardado tres días en recorrer el camino que lleva desde el Paso de los Gemelos hasta la ubicación de la ciudadela. A pesar de la intervención de Luis que derribó la montaña para impedir el paso del enemigo, Górmul azuzó a sus tropas para recuperar el tiempo perdido. Fueron extremadamente rápidos y silenciosos, pues no necesitaban detenerse para descansar ni sus estómagos solicitaban alimento, era una horda letal. Ahora, cerca de un millón de esqueletos y abominaciones iban cogiendo posiciones, esperando ansiosos a que su líder, Oscuridad, diera la orden de atacar. El aire era espeso, apenas una ligera brisa llegaba a rozar las corazas de los defensores y el hedor de la muerte hacía difícil respirar.

Una gran porción del Bosque Sombrío era talado por los ingenieros de Górmul y en la campiña que se extendía frente a las puertas del Bastión se edificaban catapultas y torres de asedio para aniquilar cualquier resistencia.
Rafi y Antonio se encontraban en la muralla más externa junto con las máquinas de asedio y los arqueros. Yumara y Cande se mantenían en el segundo nivel de la fortaleza junto a los aldeanos que habían adiestrado. Rosa se apostaba tras las puertas principales, las defendería a costa de su vida si era necesario.
Titón y Elisea permanecían junto con Águila en la pirámide, que con cara de circunstancias, aguardaban la milagrosa llegada del Zafiro.

- Te veo excesivamente nervioso, Titón ¿hay algo que quieras decirme? – Elisea preguntó al anciano con toda su intención. Últimamente el viejo Flaimer se comportaba de forma extraña y Eli desconfiaba de su compañero. A pesar de que la situación era terrible, ambos estaban en la Pirámide, muy lejos del peligro de las murallas donde pronto empezaría la batalla.
- No hemos tenido noticias de nuestros compañeros y ya han pasado seis días desde su partida ¿qué sucederá si no acuden en nuestra ayuda? – preguntó preocupado Titón.

- Contábamos con que esto pudiera pasar. Recuerda que tenemos comida almacenada para aguantar otros seis días, si defendemos bien nuestras murallas es posible que logremos darle tiempo a nuestros amigos a llegar – el anciano agachó la cabeza como señal de entendimiento y Águila dibujó una sonrisa en su rostro al ver que la muchacha mantenía su optimismo a pesar de lo precaria de la situación.
- La tormenta va a comenzar – dijo Águila que de repente tornó su rostro serio y dirigió su mirada al campo de batalla.

Entonces sucedió...
- ¡¡¡Buuuum, Buuuum, Buuum!!!

Un repiqueteo llenó el campo de batalla, el cielo bramó, algunos truenos resonaron entre las nubes. Los esqueletos de las primeras filas del ejército tenebroso golpeaban sus escudos con sus armas creando un ruido terrorífico. Górmul emitió una carcajada, estiró su brazo señalando la ciudadela y con un terrible alarido dio la señal para iniciar el asedio.

Una oleada de destrucción se desató frente al Bastión. Los no-muertos corrían a gran velocidad y bestias de enormes proporciones arrastraban escalas para que los invasores pudieran tomar las murallas. Rafi dio la orden, sus arqueros estaban preparados y arrojaron una nube de flechas que oscureció aún más el cielo. Muchos muertos cayeron fulminados por la terrible andanada de proyectiles. Los defensores gritaron de júbilo al ver como los enemigos eran abatidos...pero la alegría duró poco. Muchos de ellos volvieron a levantarse y corrieron ajenos al dolor, cubiertos de flechas como si de puercoespines de madera se trataran. Antonio movilizó a sus duendes para que hicieran funcionar sus ingeniosas catapultas de fuego. Los artilleros de las murallas fueron adiestrados para hacer funcionar su catapulta cuando vieran disparar a su jefe. Cuando el muchacho accionara su máquina de asedio el resto seguirían su ejemplo, esa era la señal acordada para iniciar la lluvia de fuego.
- ¡¡Ahora!! ¡¡MANDAD A ESAS CRIATURAS AL INFIERNO DEL QUE SALIERON!!- gritó el muchacho.

Pero algo salió mal, la catapulta principal, la que estaba más cerca del muchacho estaba atascada y no disparó. El resto de catapultas de la muralla no hicieron nada y siguieron esperando la señal.

- ¿Qué pasa Antonio? ¡¡¡Dispara!!! -ordenó Rafi con urgencia al ver que los muertos cogían velocidad y pronto llegarían a las murallas sobrepasándolas como una avalancha de huesos y acero-. ¡Si no detenemos el avance ahora nos veremos desbordados! – la voz de la muchacha era estridente y desesperada ante la gravedad de la situación.
- ¡Maldita sea! –exclamó Antonio enfadado-. ¡Se ha atascado el resorte!
- ¡Nos van a sepultar si no los detenemos ya! – urgió la sanadora.
- ¡Necesito algo de tiempo! Creo que puedo liberar el mecanismo – solicitó el joven flaimer.

Rafi contemplaba con impotencia que la infantería de Górmul sobrepasaba la zona de disparo más lejana a las murallas, era el lugar marcado para iniciar el desgaste de las tropas de muertos. Su compañero no arreglaba la catapulta así que tomó una decisión.

- ¡Arqueros preparad las flechas! – ordenó Rafi a todos los soldados que estaban a su alrededor y a pesar de que su voz siempre era tímida, esta vez sonó como un trueno recorriendo las murallas. Los arqueros tensaron los arcos-.

La joven Flaimer invocó su poder elemental y alzó sus manos en el aire por encima de su cabeza. Cerró los ojos y dejó que el fuego fluyera por sus extremidades. Rafi reunía toda la magia de la que era capaz y poco a poco se formó una increíble bola de fuego encima de su cabeza que flotaba girando a gran velocidad arrojando llamaradas en torno a su cuerpo. El orbe de fuego creció y creció, el sudor perló la frente de la sanadora que era consciente de que el reto que abordaba entrañaba un gran peligro para su vida. Recordó las palabras de Cande el día que la ayudó a mejorar su hechizo: “Ten cuidado porque si usas este hechizo con muchas flechas tu magia puede agotarse rápidamente y provocarte la muerte por fatiga”. Rafi aceptó el riesgo, su hechizo era capaz de convertir las flechas normales en proyectiles explosivos, había pensado en reservar esa magia para un momento más avanzado de la contienda pero la situación era desesperada, si no frenaban a los muertos de alguna manera, las murallas se verían desbordadas y la ciudadela colapsada en el primer ataque.

- ¡Vosotros! -gritó Rafi con mucho esfuerzo dirigiéndose a los arqueros que estaban a su lado-. ¡Quiero un disparo tenso, directo a la primera fila de muertos! ¡Los de allí abajo!- se dirigió a voces a los que estaban en el suelo, tras la muralla-. ¡Disparad con parábola para que vuestras flechas vuelen lejos! ¡Tensad! ¡Disparad!

Los arqueros obedecieron y liberaron una terrible andanada de flechas. Al pasar por encima de Rafi, la gran bola de fuego emitía destellos a una velocidad endiablada que prendían la punta de los proyectiles. El aire se iluminó por haces carmesíes que dibujaban diferentes trayectorias en el cielo encapotado. Los proyectiles alcanzaron al enemigo y las explosiones hicieron temblar el suelo disolviendo batallones de muertos por completo. El hechizo de Rafi fue un éxito y pronto los vítores de alegría de los defensores se dejaron oír por las murallas alentando el ánimo de todos. Sumidos en el fervor de la batalla, los arqueros siguieron disparando a discreción sin pensar que cada flecha que se prendía con el fuego mágico de la muchacha era un paso que acercaba a Rafi hacia la muerte por agotamiento. Antonio fue el primero en observar que su compañera se debilitaba a pasos agigantados y el aura de magia empezó a marchitarse a su alrededor.

- ¡Rafi, para el hechizo! ¡No sigas! – ordenó Antonio con la voz presa de temor.

La muchacha quería cesar el hechizo pero perdió el control de sus poderes. Intentó gritar para que los arqueros dejaran de disparar pero no le salió la voz del cuerpo dado que el agotamiento era tremendo. Poco a poco, un velo de oscuridad y calma envolvió el cuerpo de la joven que, finalmente, dejó de emitir magia y se desplomó en el suelo. Rafi, tumbada boca arriba, miró al cielo encapotado que brillo brevemente a consecuencia de un relámpago y entonces su vista se nubló, una sensación de frío y cansancio la invitaron a dormir, pero ella sabía que si lo hacía se estaría entregando a su muerte. Escuchó los gritos de júbilo de los guerreros de las murallas al ver la devastación causadas por sus flechas mágicas, y con aquel bello sonido se entregó a la oscuridad cerrando los ojos.

Desde la lejanía, Górmul observó la magia desatada por los defensores del Bastión y como sus tropas eran calcinadas como el rastrojo en mitad de un incendio. Esbozó una sonrisa siniestra mientras pensaba que los humanos eran criaturas formidables. A pesar de que aborrecía las creaciones de sus hermanos los dioses, debía reconocer que aquellos seres eran obstinados y luchadores. A pesar de que su fin era inevitable, sacaban fuerzas de flaqueza para defenderse. Las almas malditas de los muertos abrasados ya revoloteaban aquí a allá para poseer algún cadáver cercano. No tenían ninguna probabilidad de victoria, pronto empezarían a morir defensores y las almas entrarían en la fortaleza sembrando el caos entre los habitantes del Bastión. Fue entonces cuando al señor de la Oscuridad le llegó un sonido que no le gustó, eran los gritos de júbilo de las gentes que luchaban para defender la ciudadela. Aborrecía cualquier muestra de felicidad y los ecos de valor que llegaban desde las murallas lo estremecieron de repugnancia. Dispuesto a terminar con esa algarabía desagradable hizo un gesto con la mano. Tras él, haciendo temblar el suelo se acercó caminando un tremendo dragón de hueso y girones de carne: El Innombrable resucitado.

- Acércate mi querido Dúlfenor – le dijo Górmul al dragón y este obedeció con docilidad la orden de su amo-. Quiero que destruyas la esperanza de esas gentes –le solicitó Oscuridad a la bestia de hueso. Se acercó al enorme dragón y le susurró unas palabras. El Innombrable siseo en lo que pareció una risa perversa, el interior de su cuerpo cadavérico se inflamó con una luz azulada y levantó el vuelo en dirección a las murallas.

El dragón de hueso surcó el cielo agitando la atmósfera y acallando los sonidos del trueno. Sobrevoló la muralla y se dirigió al punto del Bastión indicado por su Amo. Al pasar, sus alas emitían un estridente sonido similar al de miles de alaridos de dolor que acallaron los gritos de júbilo de los defensores y colmó de terror sus corazones. “¡El Innombrable ha vuelto!” “¡Nos matará a todos!” gritaban los defensores mientras muchos arrojaban las armas y se tiraban al suelo o se escondían buscando refugio.

Pero la enorme bestia no hizo caso de los guerreros que defendían el Bastión. Pasó de largo y voló en dirección a un edificio en concreto que se encontraba cerca del centro de la ciudad. Elisea desde la Pirámide vio al Innombrable acercarse como una sombra portadora de muerte y sintió el miedo encogerle el corazón.

- Parece que viene hacia aquí –observó Titón adoptando una posición defensiva.
- No, va en dirección de los…de los…-la muchacha se quedó muda adivinando las intenciones de la horrible bestia.

El dragón hizo una pirueta en el aire y describiendo una parábola en el cielo se precipitó sobre un edificio lanzando fuego por sus fauces. El aliento del dragón hizo explotar la construcción de roca que no soportó el poder del Innombrable.

- ¡NOOOOOOOOOOOOO! -gritó Elisea desesperada con las manos en la cabeza y cayendo de rodillas al suelo.
- ¡Maldita sea! –exclamó Titón airado.
- ¿Qué era ese edificio? -preguntó Águila visiblemente alterado por la intervención del dragón-.
- Era el almacén de alimentos -confirmó Eli descorazonada mientras las lágrimas de rabia asomaban en sus ojos- . Nos hemos quedado sin comida, ya no hay esperanza - sentenció la muchacha hundida.

En el aire, el Innombrable abandonó el campo de batalla para volver junto a su amo. La estrategia de su señor era acabar poco a poco con los humanos, sumirlos en la desesperación y el miedo hasta que suplicaran una muerte rápida. Oscuridad llevaba una eternidad esperando el momento de acabar con la vida en Dámbil y deseaba disfrutar cada momento, no tenía prisa. El dragón empezó a carcajear desde las alturas y los defensores callaron sumidos en la más terrible desesperanza.

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