martes, 5 de junio de 2018

CAP 35: El Cuerno del Bastión


                Alejados de los caminos principales, como sombras entre la espesura, los cuatro miembros del Consejo se deslizaban con sigilo hacia el noroeste en busca de los clanes orcos. Luir Gabriel, Joaquín, Juan y Aarón se aproximaban al paso de montaña que atravesaba la Gran Cordillera. A diferencia de sus compañeros, no eligieron el Paso de los Gemelos porque se desviarían demasiado de su destino. Al ser pocos, podían atravesar la montaña más oriental de la cordillera usando un antiquísimo camino descubierto por pastores y que  comunicaba el norte con el sur. Marchaban raudos y con determinación porque sabían que la pista más solida sobre el destino del Zafiro señalaba a los clanes de orcos y trolls que habitaban la zona oriental del mundo mágico. Su rey era el  semitroll Grakuy, un mestizo entre orco y troll, que gobernaba con mano férrea el clan de Colmilloferoz formado por tribus de trolls y orcos que convivían en extraño equilibrio. Grakuy reunía las mejores cualidades de cada una de las razas; tenía la altura de los trolls y una piel tan dura como la roca, por otro lado era mucho más ágil y potente gracias a la sangre orca que corría por sus venas. Rivalizaba en poder y fama con el difunto rey del clan Muchamuesca, que fue asesinado por Górmul durante el duelo que los enfrentó antes del gran cataclismo que inició la invasión de los infiernos en Dámbil. 

                Debían encontrar el Zafiro y conseguir la ayuda de los orcos y trolls del clan Colmilloferoz. En su viaje hacia el noroeste encontraron numerosos  destacamentos de muertos que se dirigían por distintos caminos hacia el norte siguiendo la llamada de su amo para engrosar el ejército tenebroso  que arrasaría el Bastión. Ya llevaban tres días de marcha a través de bosques y pequeñas montañas, siempre evitando cualquier enfrentamiento con el enemigo. Juan, el más temerario de los cuatro compañeros hervía al ver un grupo de muertos y siempre proponía atacarlos.

- Vamos, son pocos, nos vendrá bien romper unos cuantos huesos – decían Juan para convencer a sus compañeros.
- No, Juan, nuestra misión no es combatir al enemigo, debemos atesorar el tiempo que tenemos para encontrar cuanto antes la ayuda del Clan Colmilloferoz- respondía juicioso Luis Gabriel ante las provocaciones de su compañero. 
 Durante los tres días que llevaban de camino, Juan siempre insistía en atacar pero gracias a que Aarón y Joaquín respetaban la decisión de Luis Gabriel, no habían entablado combate con el enemigo y al igual que cazadores que persiguen a su presa, recorrían furtivos y precavidos el camino que los separaba de la Gran Cordillera. Equipados con sus armaduras y armas, afrontaban una dura marcha  debido al exceso de peso que cargaban. Joaquín y Aarón vestían armaduras ligeras, con placas y malla que les ayudaban a moverse con ligereza, por otro lado Juan y Luis Gabriel iban con cotas de placas completas, increíblemente pesadas pero que brindaban una protección asombrosa contra el ataque de todo tipo de armas. Juan cargaba a la espalda un hacha de doble hoja similar a la que usaban los orcos en combate. Luis Gabriel, además del increíble peso de su armadura, tenía que sumar el pesado escudo de torre que portaba  y una maza rebordeada colgada de su cinto. Los dos eran gigantes entre los miembros del Consejo de los 18, con su alta estatura y revestidos de acero parecían dos colosos sacados de antiguas leyendas. Por delante de ellos siempre caminaban más raudos Centella y Joaquín, mucho más bajitos y delgados  pero que suplían su falta de envergadura con astucia y rapidez. Ambos preferían las espadas ligeras, así Joaquín cruzaba en la espalda sus dos filos recurvos mientras Aarón llevaba un estoque a la cintura. 
 La tarde del tercer día se hacía vieja. Ya cerca de las montañas, las nubes eran densas y no dejaban que el sol se despidiera con unos últimos destellos que dieran calidez y esperanza al corazón de los cuatro consejeros. Frente a ellos, amenazadora y peligrosa se erguía la montaña que debían atravesar para llegar a los clanes orcos.
- Será mejor que busquemos refugio – propuso Aarón-. El aire trae aroma de tormenta y la noche no tardará en envolvernos con su oscuro manto.
- Tienes razón –concedió Luis Gabriel-. Además, pronto oscurecerá y no sería muy sensato iniciar el ascenso a ciegas. Descansaremos, mañana nos espera un día difícil – concluyó Luis Gabriel señalando la montaña con su barbilla-.
Durante un rato los cuatro consejeros dieron algunas vueltas por el entorno de la montaña tratando de buscar algún refugio. En la distancia los truenos sonaban lejanos pero amenazadores. Por fortuna Joaquín encontró lo que parecía una pequeña cueva, apenas tenía unos metros de profundidad pero al menos dormirían secos y al amparo de la roca. Dejaron sus fardos en el suelo y se dispusieron a preparar el campamento.
- Aún queda un rato de luz –observó Joaquín mientras miraba el cielo encapotado-. Iré a buscar algo de leña para encender un fuego, cuando empiece a llover toda la leña se echará a perder con la humedad.
- ¡Buena idea! -exclamó Aarón- Yo prepararé el campamento. Procura coger las piezas más secas, son las que menos humo liberan- apuntó el muchacho y Joaquín hizo un gesto mostrando su acuerdo, se puso su casco completo y se perdió en la espesura como una sombra en la oscuridad-.
- Voy a ver que podemos preparar para  la cena –dijo Juan en voz alta mientras miraba en los fardos de sus compañeros y comprobaba las provisiones de las que disponían.
Luis Gabriel se sentó en una roca y dejó sus armas apoyadas en la pared de la cueva. Cogió su fardo y buscó entre sus provisiones para dárselas a Juan. Trasteó un poco en su mochila y reparó en un estuche de madera bellamente ornamentado en el que destacaba un enorme relieve de ojo tallado sobre la tapa. Luis Gabriel acarició el estuche y lo abrió. A pesar de la penumbra que reinaba en la cueva, el fulgor de la plata arrojó reflejos preciosos que encandilaron al muchacho. Entre sus manos sujetaba el Cuerno del Bastión, una poderosa reliquia que le había sido confiada antes de partir. Se lo había entregado Rosa, la líder del Consejo. Luis Gabriel recordó las palabras de su compañera aquel día:
Este es el Cuerno del Bastión,  una de las reliquias más sagradas que tenemos, te lo doy a ti, Luisga, para que lo toques con fuerza cuando volváis al Bastión con el Zafiro. Hazlo sonar con toda la fuerza de tus pulmones. Un toque para informar de vuestro regreso pero dos toques si traéis el Zafiro con vosotros. Que no se te olvide, dos toques si venís con el Zafiro.” 
 La conversación entre Luis Gabriel y Rosa no acabó ahí. Después de que le entregara el Cuerno, el muchacho confesó algo a la líder del Consejo:
- Rosa debo darte una mala noticia – comenzó Luis Gabriel-. He destruido todas las piedras del salto del Bastión, los transportadores ya no funcionarán –Rosa asumió la noticia con aire tranquilo pero con cierta intriga-.
- No sé por qué, pero creo que si has destruido las Piedras del Salto es por una buena razón –dijo Rosa intuyendo las intenciones de su compañero-.
- Górmul, cuando se hacía llamar Jálibu, consiguió escapar del Bastión manipulando las Piedras de Salto de una forma magistral. No podemos arriesgarnos a dejar activas las piedras, Górmul podría usar los trasportadores para volver al Bastión ¿Te imaginas que millones de muertos empezaran a transportarse dentro de las murallas de la ciudadela? – preguntó Luis Gabriel con los ojos brillantes y Rosa quedó enmudecida ante tal perspectiva.
- Eso sería terrible. Ahora entiendo porque has destruido las Piedras, ha sido muy astuto por tu parte, aunque eso impedirá que podáis usar cualquier portal para volver.
- Es una desventaja que estoy dispuesto a asumir –sentenció Luisga.
Aquella conversación con Rosa se produjo tres días atrás, pero mientras el muchacho recordaba, sentado en aquella cueva cerca de la Gran Cordillera, le pareció que había pasado mucho tiempo desde que abandonaran su hogar. Dejó con delicadeza el Cuerno en su fardo, cuando Juan lo sacó de sus pensamientos.
- ¡Puaj! solo  nos queda pescado seco, galletas y algo de pan duro. ¿Sabéis que os digo? Que voy a aprovechar el rato de luz que nos queda para tratar de cazar algo, un poco de carne fresca dorada en el fuego nos vendrá bien para el estómago y el ánimo –afirmó Juan-.
- Pues entonces iré contigo, no es mala idea. Mañana nos espera una dura jornada y  nos vendrá bien algo de sustancia- afirmó Luisga mientras se levantaba y se equipaba. Dejó su escudo y solo cogió la maza.
- Me quedaré aquí haciendo guardia- dijo Aarón- No tardéis demasiado, no quedará más de una hora de luz y la tormenta se acerca.  
Juan y Luis Gabriel se internaron entre la maleza del bosque que rodeaba la montaña. Caminaban despacio tratando de hacer el mínimo ruido posible. Juan iba el primero observando con minuciosidad cada palmo de terreno intentando encontrar alguna huella o la madriguera de alguna presa apetitosa. Luis Gabriel contemplaba a su compañero con curiosidad pero no tenía mucha paciencia para la caza así que rompió el aburrido silencio:
- Oye Juan, ¿por qué no has traído el casco? –dijo Luisga al reparar que no había visto a Juan llevar el casco en todo el viaje.
- Me lo dejé en el Bastión, pega mucho calor…. y cállate que vas a espantar a los animales -se quejó el muchacho sin perder de vista los rastros que se dibujaban en el suelo. ¡Mira! Esto parece prometedor, huellas de jabalí –exclamó Juan esperanzado mientras señalaba unas huellas que se adentraban en los setos. 
Durante un rato siguieron el rastro del animal. Las señales eran frescas y eso motivaba a los dos consejeros a continuar con la caza pero poco a poco, sin darse cuenta, el trayecto trazado por el jabalí los aproximó peligrosamente a unos de los caminos.
- Fíjate, las huellas bajan por este terraplén y cruzan el camino – informó Juan.
- Pues siento decirte que la caza termina aquí, no cruzaremos el camino, además ya apenas se ve nada, debemos volver al campamento. Nos conformaremos con las galletas y el pescado – ordenó Luisga.
- ¡Venga ya! Las huellas son frescas, no hace ni 10 minutos que el jabalí pasó por aquí. Sigamos un poco más – propuso Juan algo fastidiado pero en ese instante el viento trajo un rumor extraño.
- ¡¡Shhhh!! ¿Escuchas eso? – preguntó Luisga mientras se agachaba tras la maleza y obligaba a Juan a hacer los mismo.
- No es nada, solo es la tormenta que se está acercando- contestó Juan-.
- No, el ruido viene del camino – repuso Luisga.
Los dos quedaron expectantes, el sonido que se escuchaba por el camino se hacía cada vez más fuerte. Sonaba como si alguien estuviera arrastrando ramas de un lado a otro. A los pocos segundos, por el recodo del camino apareció un destacamento de muertos. Arrastraban sus armas por el suelo, el tintineo  de las armaduras oxidadas y corrompidas conformaban una música siniestra.
- Ahora sí, Juan, la caza ha terminado, nos vamos de aquí. Esto se está poniendo peligroso – dijo Luis Gabriel cuando fue consciente de que su compañero estaba contando con los dedos.
- ¡Son solo diez! Vamos Luisga, son cinco muertos para cada uno. Los destrozamos rápidamente, cruzamos el camino, cogemos el jabalí y volvemos como héroes al campamento –dijo Juan. 
 - Te he dicho que no. Es un riesgo estúpido que no estoy dispuesto a asumir – rebatió Luis con firmeza pero sin elevar demasiado el tono de voz para que los muertos no lo escucharan.
- ¿Sabes qué te digo? – preguntó Juan sin esperar ninguna respuesta y visiblemente enfadado por la actitud cobarde de Luis Gabriel-. Ya no eres nuestro líder, renunciaste en la asamblea y no tengo ninguna razón para obedecer tus órdenes- diciendo esto se levantó y desenganchando su hacha de la espalda se lanzó al combate dispuesto a terminar con los muertos del camino.
Aprovechando el desnivel que separaba el camino del terraplén, Juan se lanzó a la batalla impulsado por el peso de su armadura  y envergadura. Irrumpió entre los esqueletos embistiendo con el hombro y derribó sin problema a cuatro de ellos con suma facilidad.
- ¡Ja! ¡Vamos a destrozar uno cuantos huesos! –gritó Juan poseído por el frenesí de la pelea.
Usando la empuñadora de su hacha, ensartó uno de los enemigos que se aproximaban por su derecha para seguidamente trazar un  tajo horizontal que quebró las piernas de dos enemigos que se aproximaban por la izquierda. Juan balanceaba su hacha de doble hoja de un lado a otro y segaba a sus adversarios como la guadaña corta el trigo. A pesar del derroche de fuerza y destreza los no-muertos se arrastraban para continuar luchando desde el suelo.
Desde su posición un Luis Gabriel expectante, veía el combate tras los arbustos. Su compañero se batía con gran fiereza y parecía tener controlada la situación. Era como una trituradora, moviendo su hacha de un lado a otro, trazando cortes demoledores. Todo parecía que iba a terminar pronto cuando por el camino el rumor que escucharon un rato antes, sonó más potente. Luisga, horrorizado, vio aparecer un destacamento de muertos mucho mayor. Contó alrededor de dos docenas de enemigos que llegaron dispuestos a acabar con Juan. Sin dudarlo, se lanzó a la batalla para apoyar a Juan, eran demasiados y debían escapar. Luisga echó mano a su espalda para coger su escudo pero recordó disgustado que lo había dejado en la cueva. Saliendo del escondite, desenfundó su maza y corrió hacia los muertos para evitar que pillaran por sorpresa a su compañero.
Los acontecimientos se precipitaron de manera angustiosa. Desde el suelo varios muertos que Juan daba por acabados lo agarraron por las piernas dejándolo inmovilizado. El muchacho se revolvió intentando liberarse pero desde todas direcciones llegaban enemigos dispuesto a acabar con él. Una lluvia de golpes se le vino encima. Espadas, mazas y demás armamento impactaban con violencia en su gruesa armadura. A pesar de la protección, el muchacho sentía un dolor tremendo con cada ataque. En la distancia vio a Luis Gabriel tratando de llegar hasta donde él estaba para ayudarle, volvió a revolverse para soltar sus piernas cuando un golpe sordo le alcanzó en el lateral de la cabeza. Juan no tuvo tiempo ni de pensar, una oscuridad lo envolvió y cayó fulminado al suelo. 
 Desde su posición Luisga contempló impotente como un esqueleto armado con un martillo de guerra, se acercaba a Juan y lo golpeaba en el único sitio que tenía desprotegido; la cabeza. El consejero se desvaneció y se derrumbó en el suelo con gran estruendo. Luis Gabriel se vio poseído por una furia desesperada y acudió al auxilio de su compañero. Arremetió golpeando con una fuerza terrible, los enemigos volaban a su paso, pero sin darse cuenta, el líder de los 18 se abrió camino por un pasillo de enemigos que volvía a cerrase tras su paso dejándolo atrapado. En sus pensamientos, Luisga tenía previsto llegar hasta Juan para ponerlo a salvo. Consiguió parte de su objetivo pero cuando alzó la mirada, fue consciente de que jamás podría salir de allí. Como buena noticia, observó que Juan respiraba con dificultad, desde el suelo el torso del muchacho subía y bajaba como un fuelle estropeado. “Esto es el fin” pensó Luisga al darse cuenta que era imposible cargar con el herido y escapar. Siguió defendiéndose impidiendo que los muertos siguieran atacando a su compañero caído cuando un trueno estremeció la atmósfera y desde la espesura un guerrero con dos espadas se incorporó al combate.
- ¡¡Por Dámbil!! – gritó el muchacho y su voz retumbó dentro de su yelmo llamando al cuerpo para el combate.
Luisga sintió un ánimo renovado al ver gritar a su compañero Joaquín que venía a ayudarles. El muchacho, mucho más pequeño y enjuto, cruzó el campo de batalla como una flecha recién disparada. Corría a una velocidad enorme y cruzaba sus espadas trazando tajos imposibles con una precisión fantástica. Aprovechaba cualquier parte de su cuerpo para arremeter contra el enemigo y abrirse camino. Daba cabezazos con su yelmo cerrado y fulminaba a sus enemigos como un torbellino de acero. Luisga aprovechó la situación para avanzar en dirección a su compañero, aseguró con una mano el cuerpo inerte de Juan y lo arrastró a través del campo de batalla mientras golpeaba y se batía con fiereza desesperada.
Tras unos angustiosos minutos, los dos compañeros consiguieron reunirse en mitad del caos del combate.
- ¡Tienes que huir con Juan! –gritó Joaquín a su compañero.
- No digas estupideces, no pienso abandonarte, lucharemos juntos –rebatió Luis Gabriel visiblemente fatigado.
- Yo no tengo fuerza para levantarlo –dijo Joaquín señalando rápidamente a Juan con la cabeza y seguidamente lanzaba dos cortes fugaces a un enemigo que les acechaba desde cerca.
-¿Y tú que  harás? – preguntó Luisga angustiado.
- Os daré tiempo para que huyáis ¡Vete! – y diciendo esto Joaquín se lanzó al combate con renovada furia para tratar de contener al máximo número de adversarios.
Luis Gabriel vio una escapatoria, se agachó y haciendo un tremendo esfuerzo levantó el pesado cuerpo de su compañero herido. Corrió acusando cada paso en sus rodillas que le pichaban terriblemente recordándole que la carga que llevaba era excesiva. El muchacho ignoró el dolor y el entumecimiento y se alejó de los muertos lo más rápido que podía. Desde la distancia echó un último vistazo a Joaquín, horrorizado observó a su amigo rodeado por cadáveres andantes que seguían llegado desde todas partes. Bajando la cabeza, se perdió entre la espesura cargando a Juan, mientras pensaba con tristeza que, quizás, era la última vez que veía a su amigo Joaquín.
Los enemigos  continuaban llegando desde todas partes, atravesaban la maleza, aparecían por el camino y se amontonaban en torno a Joaquín para acabar con él. El muchacho no se amilanó, la cobardía no era uno de sus defectos. Siguió manteniendo a raya a todos los enemigos que se acercaban por los flancos, se movía pivotando sobre una parcela pequeña de terreno como un remolino. Trascurrieron los minutos, los huesos se amontonaban a su alrededor pero los muertos no cejaban en sus intentos de acabar con el consejero.  “Ahora entiendo el poder de este ejército” pensó Joaquín al observar que los muertos no se cansaban mientras él cada vez estaba más cansado. Fue entonces cuando algo lo golpeó en el hombro con una tremenda fuerza, cayó al suelo sin respiración y una oleada de dolor le recorrió su brazo y le atenazó el pecho. Tumbado y con uno de los brazos inservibles, vio horrorizado como el círculo de muertos se cerraba en torno a él dispuestos a arrebatarle la vida. Un trueno quebró las nubes y la lluvia empezó a caer.

2 comentarios:

  1. Maestro cada día mejoras mas sigue asi ¡brother!

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  2. Maestro cada día mejora mas la Historia Joaquin

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