jueves, 7 de junio de 2018

CAP 36: Lucero


                Los golpes le llovieron desde todos lados. Desde el suelo Joaquín trató de resistirse al asedio de los innumerables enemigos que lo rodeaban. Allá donde mirara solo veía rostros cadavéricos con aquella sonrisa permanente que solo poseen las caras despojadas de su piel, una mueca desagradable que le hacía pensar que sus enemigos se reían de él mientras lo apaleaban. Trató de hacerse un ovillo para proteger su cabeza pero el brazo no le respondía, supuso que el hombro se habría salido de su sitio. Le dolía terriblemente todo el cuerpo, le costaba respirar, su cara se hundió en el fango del camino que ya estaba abnegado por la lluvia que caía en abundancia. Deseó que todo aquello terminara, que su muerte fuera rápida, quería perder el conocimiento para entregarse a lo inevitable y justo cuando se dejó caer vencido, notó una vibración rápida en el terreno, como si algo muy pesado recorriera el camino a gran velocidad. De repente una explosión hizo desaparecer a todos los enemigos que lo acechaban y una sombra enorme cruzó por encima de él. Para su sorpresa algo lo agarró por la cota de malla y lo elevó en el aire. Sintió como lo depositaban con urgencia encima de una superficie aterciopelada pero su cabeza quedó colgando de un extremo de lo que parecía un  gran animal. Lo único que podía ver desde su posición eran los pies de la bestia, cascos similares a los de un caballo pero que extrañamente resplandecían con una luz inmaculada. El muchacho  percibió que viajaba a una velocidad endiablada y que aquel no era un corcel ordinario. El traqueteo, las heridas y la postura tan extraña en la que estaba posicionado le hicieron desvanecerse. Antes de perder la presencia de ánimo contempló otra vez, casi hipnotizado, la velocidad de los pies del caballo, parecían estelas en el firmamento, cientos de estrellas surcando el universo iluminando su infinita oscuridad. 

                En el improvisado campamento, Aarón esperaba profundamente preocupado. Hacía un rato que el cielo descargaba una furiosa tormenta, la oscuridad solo era rota por los destellos de los relámpagos. Al ver que sus compañeros tardaban, tuvo la precaución de reunir leña de los alrededores y preparar un fuego. Sentado al fondo de la pequeña caverna, contempló la entrada casi embelesado por la cortina de agua que dibujaba extrañas sombras en la noche y desfiguraba el paisaje dándole un toque fantasmagórico. Se vio a sí mismo deseando escuchar el tono animado de sus compañeros anunciando su llegada pero lo único que escuchó fueron los truenos en el cielo que retumbaban en la cueva como el estertor de una gran bestia. El miedo iba calando en sus huesos cuando escuchó un rumor en las cercanías “alguien me está llamando” pensó mientras se levantaba como un resorte y se dirigió con rapidez  a la entrada del campamento.
 - ¡Aarón! ¡Ayuda! – gritó Luis Gabriel casi sin fuerzas. Trataba de hacerse oír pero era complicado, la naturaleza parecía aliarse para amortiguar sus palabras de auxilio. La lluvia caía en tromba, el viento agitaba las ramas provocando un ensordecedor ulular y cada pocos segundos un trueno  rugía en la noche.
Luis Gabriel arrastraba el cuerpo inconsciente de Juan. Las piernas le dolían terriblemente, la lluvia convirtió en barro el camino y el peso de la armadura, más el peso del cuerpo inerte de su compañero, hicieron que se hundiera en el fango  provocando que la marcha fuese ardua y difícil. El grandullón jadeaba con cada paso, el agua, el viento, todo le molestaba pero no se rendía, tenía que poner a Juan a salvo y….entonces pensó en Joaquín. Sabía que solo un milagro podía salvar a su compañero y por eso no se sorprendió al ver que las lágrimas afloraban ¿cómo explicaría a Aarón que había perdido a Joaquín? Los dos eran amigos desde siempre y se cuidaban mutuamente. Apartó las ramas que tenía delante y vio una luz tenue a unos metros ¿sería ese su campamento? Entonces volvió a gritar. No tardó mucho en ver que una sombra enjuta se aproximaba por la maleza y se dejó caer extenuado. Aarón los había encontrado.
- ¡Por todos los dioses! ¿qué os ha pasado? – exclamó Aarón al ver el panorama.
- Ayúdame a llevar a Juan, está herido –dijo Luisga como respuesta mientras volvía a levantarse para reanudar la marcha. Reparó que su compañero miraba a los lados buscando algo.
- ¿Dónde está Joaquín? – preguntó Aarón pero no hubo respuesta. Un trueno restalló y calló cualquier respuesta aunque en su interior empezó a sospechar lo peor.
Ya en el campamento Luisga se quitó su armadura mientras Aarón acomodaba a Juan cerca del fuego y comenzaba a vendarle la cabeza.
- ¿Qué demonios ha pasado? contéstame, Luisga – exigió Centella visiblemente nervioso ante el mutismo de su compañero que no había abierto la boca desde que llegaran al campamento.
- Todo por un estúpido jabalí – dijo Luisga casi susurrando para sí mismo-. Juan no quiso obedecerme y  arremetió contra un grupo de muertos que se interponían entre nosotros y el rastro de nuestra presa. De repente como si hubiésemos agitado una colmena, un montón de esqueletos aparecieron como abejas dispuestos a terminar con nosotros. Juan cayó herido y quedamos atrapados, rodeados por enemigos que llegaban por todos lados – el muchacho hizo una pequeña pausa y suspiró al rememorar los acontecimientos-. Cuando pensaba que estábamos perdidos apareció Joaquín para ayudarnos, consiguió abrirnos un camino de escape y me pidió que me largara de allí con el cuerpo de Juan. Cuando miré hacia atrás  Joaquín estaba rodeado casi por un centenar de enemigos – Luisga calló un momento, como si le costara que salieran sus palabras para añadir-. Aarón, no creo que lo haya conseguido.
Aarón asumió las palabras que acababa de oír mientras apretaba los puños con rabia. Sus ojos se nublaron por las lágrimas pero se sacudió la congoja y le dijo a Luis Gabriel:
- Está vivo, lo sé –dijo con una seguridad que a él mismo le sorprendió. Luisga permaneció en silencio deseando que Aarón tuviera razón.
Los minutos pasaron como horas, la tormenta se calmaba y la tromba de agua se convirtió en una suave llovizna. Los truenos sonaban en la lejanía despidiéndose de los miembros del Consejo. Los nubarrones volaban rápidos y con su marcha dejaron un firmamento limpio en el que titilaban  con timidez unas cuantas estrellas.
Juan reaccionó a  los cuidados de Aarón y  despertó de su inconsciencia.
- ¿Qué ha pasado? -preguntó Juan mientras se echaba mano a la cabeza- ¡¡Uff!! Parece que me va a estallar la cabeza.
Luis Gabriel se alegró momentáneamente al ver que su compañero se recuperaba pero pronto recordó con rabia que estaban en una situación tremendamente difícil por culpa de su cabezonería. Desde el principio se empeñó en combatir con los muertos sin necesidad, y casi por justicia divina, habían sido los muertos los que le habían quitado su tontería con un buen porrazo en esa cabezota tan dura.
Juan no necesitó que sus compañeros le contestaran, tan solo vio sus caras y empezó a entender. La oleada de dolor que sentía se fue mitigando dando paso a los recuerdos y se sintió avergonzado por su forma de actuar. Recordó como se había sublevado a las órdenes de Luisga y como se había visto atrapado y rodeado de muertos, rememoró el impacto en la cabeza y como se nubló todo a partir de entonces.
- ¿Dónde está Joaquín? –preguntó Juan al no ver a su amigo en aquel campamento tan pequeño y Luisga no pudo contenerse más.
- ¿Qué donde está Joaquín? ¿QUÉ DONDE ESTÁ JOAQUÍN? –volvió a preguntar Luisga  gritando preso de la ira-. Yo te diré donde está Joaquín, tu compañero, probablemente ahora esté muerto y su cuerpo vaya camino del norte para reunirse con Górmul –Luisga alzaba la voz desahogando toda su frustración-. Por culpa de tu estupidez, por ser un egoísta y por no respetar nuestra misión…-
De repente una gran sombra cubrió la entrada de la cueva interrumpiendo la pelea. Luis Gabriel enmudeció y sus ojos se llenaron de lágrimas al contemplar al recién llegado. Parados frente a ellos había un señor extraño que llevaba a Joaquín en brazos, tras él un precioso caballo que resplandecía como la madera barnizada, cerraba la pequeña comitiva. 
 
- No peleéis muchachos que todo en esta vida tiene solución menos la muerte – el extraño señor que llevaba a Joaquín en brazos se acercó con cautela y, mientras dejaba el cuerpo del muchacho cerca del fuego, dijo- Creo que se os ha extraviado este compañero.
Aarón y Luisga se arrojaron encima de Joaquín prestos a atender las heridas de su amigo.
- Ha perdido la conciencia, está mal herido pero sobrevivirá – afirmó el recién llegado con una seguridad que tranquilizó los ánimos en el campamento.  
Aarón evaluó al jinete y a su corcel. El hombre era de mediana altura con la tez morena curtida por el sol. Sus ojos negros eran penetrantes y sinceros, brillaban con viveza pero al mismo tiempo ocultaban un pasado misterioso. Su gesto era severo y orgulloso pero igualmente transmitía sencillez.  Trató de averiguar su edad en base al primer vistazo pero el muchacho se vio incapaz de hacerlo. Los rasgos de aquel extraño eran contradictorios, lo cual no facilitaba la labor. Su pelo era tan oscuro como los troncos que se calcinaban en la hoguera y su barba tenía un tono grisáceo moteado que a Aarón le recordó al color de la nieve que se derrite en los márgenes del camino mezclándose con la tierra fresca. Vestía un atuendo de colores pardos con una armadura de cuero y metal. En la pechera destacaba una runa grabada que no había visto nunca. Sin duda el cuerpo era robusto y resistente. Aarón llegó a dos conclusiones, el hombre no albergaba malas intenciones y aquello era una suerte porque tenía pinta de ser un rival temible.
Ahora reparó en el caballo. Aarón había visto muchas veces a los corceles del Bastión pero este tenía algo especial que lo hacía diferente. Escrutó al animal tratando de dar con algo que explicara esas sensaciones tan raras. Era un  ejemplar extraordinario en tamaño, el pecho era grande y musculado. Su pelaje tenía un tono marrón brillante como el barro virgen  tras una noche de lluvia. Pero sin duda lo más hermoso de aquel corcel era una enorme mancha blanca que se extendía por la poderosa frente como una nova a punto de estallar. El consejero reparó en que el pelo de esa zona brillaba casi con luz propia arrojando tímidos destellos en torno a sus ojos y fue entonces cuando descubrió la verdadera esencia del caballo; sus ojos. La estrella de la frente no era nada comparada con los ojos del animal. Aarón clavó sus ojos en los del rocín y se sintió arropado y abrazado desde la distancia. Era como si aquel caballo le estuviera hablando, debió de hacer algún gesto delator porque el jinete, que seguía callado observando como curaban a Joaquín, le habló.
- Si sientes que te está hablando es porque realmente lo está haciendo –dijo el jinete otorgando a sus palabras un aire misterioso. Aarón se sorprendió al ver que había adivinado sus pensamientos.
- ¿Qué me está hablando? –preguntó el muchacho extrañado.
- Así es, muchacho, lo que pasa que aún no entiendes lo que te quiere decir – contestó el hombre y seguidamente añadió-. Vamos, nos internaremos un momento en el bosque, tus amigos necesitan comer algo que les ayude a reponerse.
El caballero se acercó al hermoso corcel y le susurró unas palabras para luego despedirse con un “tómame”. El caballo agitó la cabeza como si entendiera todo lo que le acababan de decir y se plantó frente a la cueva con actitud defensiva. Aarón salió tras aquel inesperado aliado y lo siguió por la maleza.
- ¿Le has dicho “tómame” a tu caballo? ¿Qué significa eso? – preguntó Aarón entre curioso y fascinado por el vinculo tan especial que había entre rocín y jinete y que casi se podía palpar.
- Es una fórmula que uso para despedirme o llamar a Lucero, significa que soy suyo y que él es mío. Nos recuerda que yo soy porque él quiere que sea – explicó el jinete pero Aarón quedó igual de perdido ante tan enigmáticas palabras y eso no hizo más que reforzar la idea del muchacho de que entre el animal y su dueño había una relación extraordinaria.
- Lucero…es un nombre precioso – observó Aarón justo cuando su aliado se agachó entre la maleza y rebuscó entre un amasijo de plantas.
- ¿Ves esto muchacho? – preguntó el jinete señalando una planta de aspecto feo y que tenía una flor grotesca de un color morado que estaba rodeada de pinchos.
- No soy muy experto en el tema, pero diría que eso es un cardo corriente y moliente –contestó Aarón con cierta seguridad-.
 - Efectivamente…no eres muy experto. Esta es una “flor de estrella”, preciosa y tan similar a un cardo que nadie nunca reparó en ella. A veces las cosas más valiosas se camuflan tomando aspectos comunes e incluso desagradables para pasar desapercibidas a la codicia- diciendo esto el hombre se agachó y hurgó en la tierra desenterrando la raíz de la planta,  en su mano apareció un fruto extraño con un tono rojo sangre. Lo limpió con delicadeza  y se lo dio a Aarón-. Se llama “corazón de estrella”, pruébalo.
Aarón cogió el fruto con cierta desconfianza, le llamó la atención lo limpio que estaba a pesar de que acababa de ser desenterrado. Tenía la forma de una manzana pero algo más alargada. La mordió y una mezcla de dulzor y acidez colapsaron sus papilas gustativas con un baile de sabores que le recordaron el frescor de una noche de  verano. El jugo del fruto era maravilloso, suave y reconfortante. Pero lo más increíble fueron los efectos que se desataron a consecuencia de la ingesta de la “flor de estrella”. El consejero sintió que la fatiga se desvanecía como si le acabaran de quitar una capa muy pesada, sus músculos se tensaron y sintió una oleada de fuerza recorrerle todo el cuerpo.
- Me siento ligero, como si pudiera correr durante horas sin cansarme – explicó Aarón visiblemente fascinado.
- Así es, es uno de los muchos efectos que tiene consumir el “corazón de estrella”. Es cien veces más nutritivo que comer un filete y además tiene propiedades curativas. Si alguna vez tenéis que sobrevivir en el bosque, solo tienes que recordar esto –dijo el caballero acercando la flor de estrella a Aarón-. Mira, pasa la mano por sus pinchos, confía en mí- añadió al ver el muchacho sintía dudas ante las perspectivas de pincharse.
El consejero hizo caso  y paso la mano por los pinchos de la flor y para su sorpresa estos se doblaron con una flexibilidad extraordinaria. A simple vista parecían rígidos y amenazantes pero al tacto eran blandos e inofensivos.
- No pincha –confirmó Aarón sorprendido.
- Son pichos inofensivos, esa es la gran diferencia con un cardo común. Ahora que sabes como reconocer la “flor de estrella” recuerda recurrir a ella en caso de necesidad, siempre es mejor que matar un animal para comer. El bosque y la naturaleza te lo agradecerá – añadió con solemnidad el caballero-. Venga coge cuatro frutos más  y marchemos de vuelta al campamento – Aarón obedeció y buscó él mismo la “flor de estrella” para practicar lo que acaba de aprender, pronto tuvo cuatro piezas de aquel fruto extraordinario.
Volviendo al campamento, Aarón miró frenético a los lados. Al internarse en la espesura se había desorientado. No sabía qué dirección tomar y así se lo hizo saber a su aliado.
- Creo que me he perdido, no sé en qué  dirección queda el campamento- expresó Aarón un poco avergonzado.
- No te preocupes –contestó el jinete y seguidamente soltó un silbido largo y melódico que jugaba con notas vibrantes, justo después se escuchó la respuesta, un poderoso relincho que lo llamaba no muy lejos de allí-. Tenemos que ir en esa dirección- dijo sonriendo el caballero siguiendo el sonido de su caballo  y no tardaron en llegar a su destino.
Al llegar al campamento, se encontraron con Joaquín despierto pero sufriendo terribles dolores. El muchacho jadeaba tumbado sobre un jergón. Luis Gabriel le había quitado la cota de malla y descubierto el torso para ver el alcance de sus heridas. Su cuerpo parecía un morado completo, lleno de contusiones y rozaduras, lo más grave parecía ser su hombro que parecía fuera de la articulación.
- Dale al grandullón ese uno de los frutos –ordenó el jinete a Aarón señalando a Juan- Nos va a hacer falta su ayuda –concluyó con tono grave.
Juan cogió la fruta extrañado pero la mordió con avidez. Pronto los efectos del “corazón de estrella” se hicieron notar. El dolor de cabeza desapareció y sus músculos cansados y embotados se restituyeron como por arte de magia.
- ¡Madre! -exclamó Juan al sentir los efectos de la fruta-. Esto está buenísimo y sienta muy bien ¡Dame otro! -pidió con urgencia a Aarón-.
- No hay más fruta para ti – le dijo el jinete-. Levanta y ven a ayudarnos.
Juan se levantó revitalizado y se acercó al jergón donde Joaquín se quejaba y jadeaba  fatigado.
- Necesito que lo levantéis entre los dos – le ordenó a Luisga y a Juan-. Sujetadlo con firmeza hay que curar ese hombro dislocado antes de nada.
Diciendo esto, el caballero se concentró y un aura verdosa iluminó el campamento. Al invocar aquella magia tan extraña, los miembros del Consejo se vieron envueltos en un halo de tranquilidad y calma. Sintieron que sus mentes se despejaban, sus fuerzas estaban prestas y las energías renovadas. Joaquín, malherido, sintió que su musculatura se destensaba y que respiraba algo mejor. Todos esperaban expectantes una oleada de magia curativa cuando el caballero se acercó a Joaquín y con un movimiento rápido, puso su mano tras las espalda giró y se escuchó un tremendo “clac” que indicó que el hueso volvía a su sitio. El herido sufrió un dolor terrible y punzante que duró un segundo pero después la angustia que sentía empezó a desvanecerse y pudo respirar con profundidad por primera vez en mucho rato. El aire limpio de la noche inundó sus pulmones y saboreó el olor a tierra mojada.
- Dale otra fruta a este – ordenó el caballero a Aarón para que alimentara a Joaquín-.
- ¡Por la abuela! – exclamó Joaquín al morder el fruto y sentir los efectos curativos del “corazón de estrella”.
- Este también se merece otro – dijo señalando a Luisga-.
- ¡Bendito sea! – bramó Luisga al comer la milagrosa fruta y observar como los dolores de sus piernas y el cansancio se borraban de su cuerpo como el barro después de un reconfortante baño.
-Bien ahora que todos estáis sanados, despejados y alimentados, me gustaría que me explicarías que hacíais en mis bosques luchando contra un grupo de esqueletos.
Los consejeros se sentaron en torno al fuego dispuestos a dar todo tipo de explicaciones a su salvador. Lucero se quedó tras el caballero que tomó asiento cerca de la lumbre. Se presentaron, dijeron sus nombres  y durante un buen rato explicaron a su nuevo aliado todo lo relativo a su aventura. Desde la llegada de Jálibu hasta el mismo minuto en el que Juan decidió atacar a los muertos en el camino. Fue una historia larga llena de detalles y opiniones de cada uno de los consejeros. Se sentían cómodos con aquel extraño y se desahogaron dando rienda suelta a sus temores.
- Me imaginé que erais miembros del Consejo al ver los emblemas del ojo en vuestras armaduras, pero nunca podía pensar que guerreros adiestrados, como vosotros, fuerais tan tontos como para afrontar un combate contra los muertos –afirmó el jinete mirando a Juan con severidad y el muchacho agachó la cabeza avergonzado.
- No quiero ser descortés – dijo Luisga- pero nosotros le hemos contado todo lo que nos concierne a nosotros y a nuestra misión. Me gustaría saber quién sois y por qué nos ha ayudado – sugirió con tono  educado y suplicante.
- Si os he ayudado es porque Lucero ha querido –explicó el jinete señalando al extraordinario animal y éste se agitó en el terreno mientras bufaba por sus ollares-. Por cierto, muchacho, el último fruto que tienes es para él, lo merece.
Aarón se acercó intimidado por el poderío del asombroso corcel. Lucero, intuyendo que el muchacho desconfiaba, uso el casco de su mano para limpiar el terreno que había justo debajo de él y agitó la cabeza arriba y abajo indicando al joven que se acercara. El muchacho depositó casi con reverencia el fruto en el suelo, justo donde el caballo había limpiado el terreno. Lucero se agachó y recogió su premio. Lo mordió y lo trituró con sus poderosas mandíbulas. Todos observaban atónitos como se alimentaba el animal como si fuera un hermoso espectáculo. El rocín terminó su banquete y relinchó satisfecho. Por un instante los ojos de Lucero y Aarón se cruzaron y el muchacho sintió una voz en su interior que le susurró un “gracias”.
Luisga rompió aquel momento mágico y preguntó:
- ¿Por qué dice que fue el caballo quien decidió salvarnos? Usted era el que cabalgaba -replicó Luisga-.
- Yo no ordeno a Lucero, ni lo monto a mi antojo. Es él quien me permite montarlo y el que me sugirió que acudiéramos en vuestra ayuda. Muchacho, Lucero ya era un poderoso caballo cuando yo tan solo era un niño y de eso han pasado tanto tiempo que he olvidado hasta el nombre que me dieron mis padres.
 - ¿Cómo? – exclamaron todos sorprendidos. ¿Cómo es posible que haya olvidado su nombre? ¡Eso es imposible! – apuntó Juan incrédulo.
- Veo que no conocéis entonces la historia de los caballeros de Aniram – contestó el jinete.
- Yo sé una historia de los caballeros de Aniram – dijo entusiasmado Aarón.
- Me gustaría mucho escucharla ¿me la contarías? – preguntó el caballero con una sonrisa.
- Claro que sí- confirmó Aarón. Pero antes me gustaría saber más de usted y su orden quizás así el relato que conozco cobre más sentido.
- Es una observación sabia, así que no me puedo negar a contaros parte de mi historia –el caballero carraspeó y observó las llamas de la hoguera tratando de conjurar antiguos recuerdos-. ¿Conocéis la “Balada del Amanecer”? – preguntó con gravedad.
- Sí la conocemos- contestó Luisga. Es el libro que cuenta cómo se creó el mundo por los dioses antiguos.
-Efectivamente, y también sabréis que el pecado que provocó que Oscuridad fuera encerrado en los infiernos fue el asesinato del primer humano en la faz de Dámbil ¿Sabéis quién  fue la primera víctima de la corrupción y del mal? -todos quedaron callados y negaron con las cabezas-. La primera víctima fue Aniram, una amazona valiente y sabia que dirigía su tribu con justicia y bondad.  La tribu que gobernaba reverenciaba a los caballos y los trataba como iguales. La relación entre jinete y corcel era tan hermosa y sus vínculos tan estrechos que las vidas de uno y otros quedaban ligadas a través de una conexión mágica e inexplicable que conforma uno de los grandes misterios de nuestro mundo- el jinete hizo una pausa para dejar que calaran sus palabras y tras unos instantes continuó-.  Bien, la maldad creciente de Dámbil, hizo que una tribu cercana a las tierras de Aniram sintiera envidia por las riquezas y bondades que atesoraban sus vecinos y decidieron acabar con su reina. Un día mientras Aniram montaba una flecha disparada desde un escondite atravesó su corazón, matándola en el acto.
- Y aquello provocó la ira de los dioses y el encierro de Oscuridad en los infiernos – añadió Juan interrumpiendo el relato-.
- ¡Calla, Juan!- deja que siga la historia – le regañó Joaquín.
- Efectivamente, aquel asesinato despiadado tuvo unas consecuencias tan terribles que su eco nos ensordece hoy. Pero hay algo que no se cuenta en la “Balada del Amanecer”, cuando Aniram, la primera víctima del mal murió, la diosa Luz lloró amargamente. Cada lágrima cubrió el firmamento y llenó la oscuridad de la noche de innumerables gotas de luz, a las que nosotros llamamos estrellas. Derramó una lágrima por cada ser vivo de Dámbil y la primera  fue para Aniram, por eso, esa estrella, la que más brilla en la noche se llama así – explicó el caballero mientras señalaba el firmamento y todos alzaron su cabeza para contemplar la majestuosidad del astro-. Debido al vínculo que unían a jinete y montura, el caballo de Aniram quedó imbuido por la magia de los dioses. De él nacieron una estirpe de corceles asombrosos, todos marcados en la frente con la magia de la estrella. Eran animales extraordinarios, sabios como los humanos y nobles como los dioses. Se les otorgó la capacidad de vivir vidas larguísimas. Solo unos pocos elegidos pudieron cabalgar sobre ellos. Aquellos caballeros fundaron una orden; Los caballeros de Aniram y juraron luchar contra la maldad que había acabado con la amazona que amaba a los caballos. Los jinetes establecían un vínculo sagrado con el animal hasta el punto de compartir su longevidad y vivir vidas tan largas que superan la capacidad de sus recuerdos.
 - ¿Entonces Lucero es un descendiente del caballo de Aniram? – preguntó Aarón maravillado y el jinete asintió con la cabeza mientras dibujaba en su cara una sonrisa pícara.
- ¿Cuál es su nombre? ¿De verdad no lo sabe? – preguntó Joaquín extrañado.
- Olvidé el nombre que me dieron mis padres. Durante los últimos años he vivido en paz en estos bosques sin apenas contacto con nadie, así que no necesitaba un nombre para que me llamaran. Las gentes con las que me he tropezado a lo largo de este tiempo me han dado algunos seudónimos: “El ermitaño”, “El caballero”, “El errante” pero el que más me gusta es “El jinete”.
Poseídos por una energía tremenda tras haber consumido el “corazón de estrella” , no se dieron cuenta de que la madrugada avanzaba.  Las estrellas titilaron en el firmamento, felices al saber que su historia se estaba recordando una vez más sobre la faz de Dámbil.

2 comentarios:

  1. Maestro esta muy bonita, sigue asin PEPI

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  2. MAESTRO NOS A ENCANTADO TU HISTORIA CADA VEZ SON MEJORES SIGUE ASIN ANTONIO Y JUAN

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