Apenas unos
rayos lunares conseguían atravesar el ramaje para cubrir de hermosos destellos
brillantes la superficie del estanque. De rodillas, en la orilla, permanecía el
encapuchado contemplando su propio reflejo.”Es hora de deshacerse de esta
carcasa de humano”, pensó mientras se desprendía del manto que lo cubría. Sin
dejar de mirarse en la superficie cristalina del estanque, Jálibu susurró un
hechizo, palabras que jamás se habían pronunciado antes en el mundo mágico. El
cuerpo del hombre comenzó a temblar de forma convulsa, mientras sus brazos y
piernas se deformaban adquiriendo un tamaño tres veces mayor al de un humano.
Su piel se recubrió de piezas de metal protegiéndolo con una armadura gruesa e impenetrable. Su rostro,
antes bello, se contraía en una mueca de dolor mientras sus pómulos se volvían
prominentes y sus ojos se afilaban y brillaban como una espada en la forja. Los
colmillos crecieron destrozando piel y adquiriendo el tamaño de navajas.
Finalmente, entre jadeos, volvió a ver su reflejo y contempló la grandeza de
los orcos. Con el aspecto de un orgulloso guerrero orco, sería más fácil
engañar a las tribus orcas. Con las tres páginas que había robado en el
Bastión, tendría más que suficiente para
sumir todo Dámbil en una terrible
guerra.
Jálibu, con su
nuevo aspecto, caminó durante toda la noche hasta que la calidez del amanecer
hizo despertar de su letargo a todos los seres del bosque. Sintió repugnancia
ante el triunfo que se representaba cada nuevo día; la luz venciendo ante la oscuridad. Aceleró el
paso ahora que los rayos del sol amenazaban con tocarlo dispuesto a llegar al
clan orco de las montañas Zurlir antes de que la mañana despertara con más
fuerza.
De ese modo
y ayudado por una magia desconocida, el
terrible Jálibu se desplazó a una velocidad asombrosa, haciendo borrones en el
viento y dejando estelas de humo negro bajo la celeridad de sus movimientos. No
tardó, de ese modo, en llegar a la baja muralla de una gran fortaleza,
asentamiento del clan orco más grande de todo Dámbil; el clan Muchamuesca.
La fortaleza
de Muchamuesca se asentaba en las faldas de las montañas Zurlir y contaba con
una población de más de cincuenta mil orcos. El nombre del clan provenía de una
costumbre ancestral que consistía en realizar una muesca en el mango del hacha cada vez que el orco
resultaba vencedor de un combate. Por tanto, los orcos de mayor rango
ostentaban enormes hachas de doble filo cuyo mango estaba lleno de numerosas
muescas como reconocimiento de su maestría en la batalla. Durante los siglos de
paz, los orcos no habían perdido su carácter belicoso ni su amor por el combate
por eso instauraron los torneos como una celebración dentro de su cultura. Los
torneos se organizaban cada poco tiempo y los mejores guerreros se disputaban
su honor y sus muescas en combates singulares. En estas celebraciones las armas
estaban embotadas, es decir, no tenían filo y estaba prohibido matar. El
combate terminaba cuando un orco lograba desarmar a su oponente y lo obligaba a
rendirse. No obstante, existía una costumbre especial dentro de sus leyes,
cuando dos orcos se ofendían de forma irremediable o se acusaban mutuamente de
un crimen terrible, se realizaba el “Juicio de los dioses”. El Juicio de los
dioses consistía en un combate a muerte
entre los dos orcos enfrentados. Existía la creencia absoluta de que el ganador
de dicho combate poseía la razón y la inocencia ya que los dioses le habían
concedido la victoria. Por fortuna, esta costumbre no solía practicarse casi
nunca porque los orcos habían llegado a un nivel de civilización que les
permitía resolver sus problemas sin llegar a tales extremos.
Ya delante del
portón de las murallas, Jálibu, con la forma de un orco formidable y
pertrechado como un gran guerrero, se plantó frente a las grandes puertas de la
fortaleza de Muchamuesca y golpeó con su puño la madera. El vigilante de las
murallas despertó de su amodorramiento y agarró rápidamente su lanza. Los
golpes en la puerta eran tan terribles que pensaba que les estaban atacando e
intentaban abrir brecha con un ariete. Se sorprendió al ver solamente a un orco
frente a las puertas que llamaba con insistencia.
-
¿Quién osa tocar las puertas de la fortaleza de Muchamuesca?-
gritó el vigilante desde su puesto de vigilancia sin dejar de sujetar
firmemente su gran lanza.
En ese momento Jálibu se detuvo un
momento y permaneció pensativo, ya iba siendo hora de que le conocieran por su
verdadero nombre, era el momento de que su plan fuera tomando forma. Rió para
sus adentros y alzó la mirada para contestar al vigilante.
-
Yo soy Górmul, y traigo un importante mensaje
para vuestro rey –dijo con voz autoritaria y firme-.
Nada más decir
su nombre, una espeluznante nube negra se interpuso en el cielo restando poder a la luz del sol, un viento del norte se
agitó con una fuerza inusitada y su ulular trajo recuerdos de angustia y
sufrimiento.
Wooooooooouuu
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