Hace muchos siglos -comenzó Victoria- cuando Dámbil aún
era joven, nuestros antepasados vivían separados en pequeñas aldeas y dispersos
por los reinos del norte. Los humanos no conocían aún los secretos de su don
elemental y solo unos pocos sabios habían empezado a dominar sus poderes. Por
aquel entonces, los elfos nos daban el nombre de bárbaros pues preferíamos usar
la fuerza bruta en vez de la magia.
En una de esas aldeas, llamada Rinohn, vivía un joven
guerrero llamado Élestor. Era un joven fuerte y apuesto que se encargaba de
vigilar las murallas y de librar a los suyos de cualquier peligro. Era alto,
tenía largos cabellos castaños y sus ojos eran azules y sinceros. Como la
mayoría de los humanos, Élestor aún no era consciente de su magia elemental y
por eso se entrenaba, como cualquier guerrero, en el manejo de la espada, de
ahí que su cuerpo fuera robusto y musculoso.
En aquella época, había pocos peligros. De vez en
cuando algún grupo rebelde de orcos intentaban saquear alguna aldea, o algún
troll se volvía loco e intentaba asaltar los carros de suministros. Élestor
siempre había sido un defensor firme y jamás había permitido que ningún ser
malvado molestara la aldea de Rinohn. La gente lo respetaba pues era un hombre
inteligente y bondadoso y en muchas ocasiones había conseguido solucionar los
problemas utilizando la palabra en vez de su espada. Dice la historia que en
una ocasión un destacamento de orcos intentó arrasar la aldea de Rinohn. Élestor les hizo frente sin desenfundar su
espada. Hablando con los invasores
descubrió que los orcos no eran malvados, simplemente habían tenido un año
difícil, sin caza ni comida sus familias se morían de hambre. La necesidad los obligó
a tomar la decisión de atacar la aldea y
dedicarse al saqueo. Élestor se apiadó de los orcos y se fue con ellos unas
semanas. Durante ese tiempo, les enseñó a cazar y a cultivar la tierra, pues
los orcos desconocían estas labores. Cuando volvió a su aldea todos lo
consideraban un héroe y lo llamaron Idoreht que significa "La espada que
habla". Los orcos también le estuvieron muy agradecidos y le regalaron una
reliquia sagrada, capaz de cosas imposibles, el Zafiro de Estrella. Desde aquel
día, el muchacho portó con orgullo el Zafiro como recuerdo de la amistad con
los orcos ignorando el enorme poder de la reliquia.
Un día, Élestor sintió la llamada de la tierra, pues
su elemento era ese, aunque él no lo sabía. Se perdía en los bosques para
disfrutar de los animales, descubrió que podía hablar con las rocas y se sentía libre cuando
se recostaba sobre una mullida alfombra de hierba para contemplar la
naturaleza. Disfrutaba como un niño. Lo que no sabía Idoreht es que el bosque era propiedad de los elfos y estaba
siendo vigilado muy de cerca. Los elfos no se relacionaban con los humanos pues
los consideraban inferiores a ellos por no saber manejar la magia. Tenían
prohibido tratar con los humanos y desconfiaban de ellos.
En una de sus frecuentes salidas, Idoreht se quedó
dormido en una arboleda del bosque y fue sorprendido por una gran tormenta. Un
trueno lo despertó y una tromba de agua se precipitó desde los cielos con
insólita furia. El joven humano se dispuso a huir para refugiarse pero la mala
suerte quiso que un rayo fulminara uno de los sauces que se encontraba a su
lado. El rayo hizo explotar el tronco del desgraciado árbol y las astillas incandescentes
se clavaron en el cuerpo del guerrero causándole graves heridas. Allí quedó
tendido en el suelo, sangrando abundantemente por una herida en el cuello,
cuando un ser maravilloso se acercó al humano. Era una elfa increíblemente
bella, sus cabellos eran rubios y largos. Su rostro estaba iluminado por una
magia indescifrable. El agonizante Élestor se sumergió en los preciosos ojos de
color miel tratando de aferrarse a la vida. La elfa, llamada Rínuviel, tenía el
encargo de vigilar esa zona del bosque y la casualidad quiso que el joven
Idoreht cayera herido en ese lugar. La elfa se apiadó del humano y
desobedeciendo las normas de su pueblo, se dispuso a ayudarlo.
Sucedió entonces que, cuando se escapaban los últimos
alientos de vida del joven guerrero,
Rínuviel recitó unas palabras misteriosas en un idioma desconocido. Posó las
manos sobre las heridas de Élestor y, una a una, las heridas se fueron cerrando
y dejando de sangrar. El joven guerrero se recuperó y agradeció a la elfa su
ayuda con gran sinceridad. Pero al mismo tiempo, el joven Idoreth se enamoró de
su salvadora pues era la más bella y hermosa entre todas las criaturas. Se juró
a sí mismo que siempre estaría a su lado.
Durante las siguientes lunas, Élestor aprovechaba
cualquier momento para escabullirse e internarse en el bosque. Allí se
encontraba con Rínuviel a escondidas y permanecían juntos durante horas en las
que el tiempo parecía pararse. Rínuviel nunca había conocido a ningún humano
pero pronto quedó prendada por la nobleza del joven guerrero. Así fue como ella
también se enamoró perdidamente de Élestor.
Pasaron mucho tiempo felices, los animales eran
cómplices del amor sincero entre la elfa y el humano. Las flores parecían
crecer con mayor belleza en los lugares por donde se paseaba el cariño de
Élestor y Rínuviel. La elfa le enseñó a su amado el arte de la magia y poco a
poco Idoreth descubrió su poder elemental. Compartían toda clase de secretos,
reían y contaban cuentos y leyendas de sus culturas. Eran inmensamente dichosos
estando juntos. Élestor mostró a Rínuviel el idioma de las rocas y el manejo de
la espada mientras le hablaba de su aldea y de las bondades de los hombres. Por
otro lado la elfa adiestró al humano en el tiro con arco, pues era una gran arquera y gozaba de
una puntería increíble.
Un día, el joven Idoreth le dijo a su enamorada que
quería pasar el resto de su vida junto a ella y, que si lo aceptaba, no se
separarían jamás y formarían una familia. Diciendo esto le ofreció su posesión
más preciada: el Zafiro de Estrella que le habían regalado sus amigos los
orcos. Élestor le dijo que esa piedra era muy especial y que tenía un poder
oculto y desconocido. Rínuviel se sintió flotar y solo de pensar que podría
pasar el resto de su vida con su amado la hacía inmensamente dichosa, pero había
algo que la atemorizaba ¿Cómo reaccionarían sus familiares los elfos?
La elfa aceptó entusiasmada el Zafiro de Estrella y se
lo colgó en el cuello con una hermosa cadena de plerio. Aquel día se despidió
de Élestor prometiéndole que nada los separaría jamás y que su familia tendría
que aceptar el amor que sentía por el humano. Desgraciadamente aquella fue la
última vez que los dos amados se verían.
Llegado a este punto Finred, que seguía atentamente
las palabras de Victoria, le interrumpió con impaciencia.
- ¿Que
sucedió? ¿Por qué no volvieron a verse?
Victoria pidió
un poco de calma y continuó con su relato.
Aquel día sucedieron dos cosas nefastas para el amor
de la pareja. Una de ellas nos la
podemos imaginar, pues cuando Rínuviel llegó a su hogar y explicó a sus padres
los sentimientos que tenía hacia el humano, estos se enfadaron y encerraron a
la elfa para que no pudiera reunirse más con Élestor. Los padres pensaban que el
enamoramiento se le pasaría y que si estaba un tiempo encerrada olvidaría todo
lo relacionado con el joven muchacho. Para los elfos, la unión con un humano
significaba el peor de los insultos a su linaje y tenían que impedir por todos los
medios que eso sucediera.
Por otro
lado, en las lejanas tierras del Este hubo una gran guerra y de ella surgió un
malvado ser con una sola idea, ser el señor de todo Dámbil. Ese ser era el
Innombrable y desde aquel día, su destino quedó ligado al de Élestor y
Rínuviel.
que bonita teiya
ResponderEliminarole mi maestro que chuleta diana
ResponderEliminarme encanta maestro que bacilon eres pepi
ResponderEliminarchuleta rafi
ResponderEliminarMea dejado con la intriga
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