El amanecer llegó gris, arrojando una tímida luz entre
las nubes. La nieve caía de forma furtiva, suave, con tristeza. Rinohn
despertaba y sus gentes se entregaban a la rutina.
De repente una sombra surcó el encapotado cielo; rápida y veloz. Una
chispa, un pequeño destello y el fuego se inició en los graneros del pueblo.
Las calles se llenaron de gritos y de confusión, la gente corría desesperada
alzando las cabezas, contemplando la muerte caer desde los cielos. Las campanas
daban la voz de alarma, sus tañidos se clavaba como puñales de miedo, era el
sonido de la desesperación y el terror: El Innombrable había llegado.
Los aldeanos corrían guiados por el pánico, arrojaban sus
pertenencias y gritaban de pavor. Pero alguien permaneció impasible, quieto
ante el caos que reinaba. Era Élestor, el joven guerrero estaba plantado en
mitad de Rinohn, su armadura recién bruñida reflejaba la flama de los edificios
en llamas. Su espada presta para el combate, el casco con cuernos de carnero
protegiendo su rostro y dejando al descubierto sus ojos...unos ojos brillantes,
poseídos por la furia y determinación
que solo poseen los que no tienen miedo morir. Un poder que solo puede
experimentar alguien que es capaz de amar con toda la fuerza de su corazón; a
su aldea, a su gente…a Rinuviel.
Élestor apretó sus puños y caminó hacia el lugar del que todos huían. Sus
pasos firmes dejaban huellas en la fina capa de nieve que ocultaba el empedrado
de la aldea. No tardó en percibir un
olor desagradable, como el de muchos cadáveres en descomposición, que le hizo
presentir la cercanía de Dúlfenor; era la peste del dragón. Una criatura enorme
se precipitó desde las alturas y un gran estruendo sucedió delante del guerrero
alzando una nube de polvo y vapor. El Innombrable se mostró como una criatura
increíble y aterradora, sus escamas estaban teñidas de un tono grisáceo debido
a la nieve que las cubría. Su rostro y su olor eran repelentes y nada más
encontrar al joven guerrero emitió un espantoso rugido que hizo temblar los
cimientos de Dámbil.
Élestor permaneció quieto, a escasa distancia del
dragón, empuñando su espada. Dúlfenor lo miró y por primera vez en su vida
dudó, pues vio algo en los ojos del joven que le pareció diferente, esos
profundos ojos azules llenos de luz y de fuerza. El dragón fue el primero en
hablar:
- ¿Quién
eres tú que no corres cuando ves aparecer al más grande de los dragones? –preguntó
con su voz gutural impregnada de menosprecio.
Élestor
permaneció quieto, con todos sus músculos en tensión.
- ¿No sabes
quién soy? ¿Acaso el miedo paraliza tus piernas? –volvió a preguntar Dúlfenor
con autoridad-.
El guerrero
está vez miró directamente a los ojos del dragón y le contestó:
- Eres la
criatura que debe morir para que yo vuelva a estar con Rínuviel.
La reacción
del dragón no se hizo esperar y se burló riendo estrepitosamente. Con cada
carcajada arrojaba humo por boca y nariz.
- ¿Me estás
diciendo que deseas pelear contra mí? -Preguntó Dúlfenor divertido-.
Élestor
movió su espada y contestó con palabras firmes:
- Eso
quiero, demasiado daño has hecho apestosa criatura, hoy termina tu reino de
terror y fuego.
El dragón comenzó a reír de nuevo pero las carcajadas
se le atragantaron cuando vio al guerrero arremeter con una rapidez increíble.
Élestor lanzó un poderoso golpe contra el cuello del dragón pero la espada
rebotó contra las escamas de la criatura que reaccionó con una fuerte risotada.
-
¡¡¡Jajajajaja!!!- se burló el Innombrable- eres tan tonto que no conoces la
dureza de las escamas de dragón. Pobre infeliz... en fin, me servirás como
desayuno.
Idoreht había oído algunas leyendas sobre armaduras
indestructibles hechas con escamas de dragón. Se decía que eran tan duras que
solo magias muy avanzadas podían traspasarlas. Si eso era cierto debía
encontrar alguna manera de dañar a Dúlfenor.
-
¡¡Prepárate a morir!! - sentenció el dragón-.
El Innombrable abrió sus fauces y dirigió un tremendo
mordisco al torso de Élestor. Pero no contó con la agilidad del guerrero y
éste, rodando por el suelo, consiguió esquivar el envite de su contrincante.
Así comenzó una feroz lucha en la que ninguno de los combatientes daba
cuartel.
Élestor alcanzaba a su adversario con cada mandoble
pero las escamas del dragón rechazaban los golpes. Del mismo modo, Dúlfenor,
golpeaba con su cola y sus zarpas al guerrero que esquivaba y bloqueaba de
forma incansable. Fue una suerte, pues con un solo rasguño de las garras de la
bestia, habría muerto en el acto. El guerrero no sabía que Dúlfenor poseía un
veneno terrible que supuraba de cada una de su afiladas zarpas. Un simple
arañazo era mortal. De repente el dragón se detuvo.
- Ya he
comprobado que eres un buen luchador cuerpo a cuerpo pero ha llegado tu hora...
Diciendo esto levantó la cabeza tensando toda la musculatura del cuello,
cogió impulso y vomitó una descarga de fuego mortífera. Ningún humano, ni tan
siquiera los flaimers acostumbrados al calor, eran capaces de resistir el
aliento de dragón. Élestor estaba perdido, pero recordando su poder elemental y
como si su amada Rínuviel le dictara las palabras, recitó un hechizo. En el
preciso instante en el que las llamas iban a abrasarlo un muro de roca se
levantó de forma mágica y se interpuso entre el fuego y el joven. La magia
elemental lo había salvado y una nueva esperanzá despertó en el corazón del
guerrero: la usaría para vencer a la terrible criatura.
Dúlfenor no cabía en su asombró pues jamás había
visto a un humano usar magia ¡¡¿¿Cómo era posible??!!
El combate continuó, esta vez Élestor utilizaba su
magia elemental para defenderse, lanzaba rocas contra el dragón y levantaba
barreras contra sus hechizos. Dúlfenor desplegó todo su arsenal de magia y
fuego pero el guerrero se protegía tras muros de piedra. No obstante, la espada
de Élestor seguía sin hacerle un rasguño. Así continuaron durante tres días y
tres noches, peleando de forma incesante y usando todas sus fuerzas, una
batalla épica que aún hace vibrar las tierras del norte.
Los dos contrincantes jadeaban de cansancio. El
terreno estaba devastado por los hechizos y el fuego. Los cráteres humeaban
aquí y allá, no había nieve pues el sofocante aliento del dragón la había
derretido. De repente Élestor comprendió lo terrible de su situación, estaba
totalmente fatigado, no sabía si su magia aguantaría mucho más. Si se quedaba
sin poder, Dúlfenor le proporcionaría un terrible final. Entonces se le ocurrió
una idea, era su única posibilidad. Totalmente decidido, el joven guerrero
clavó su espada en el suelo y cerró los ojos para concentrarse. Dúlfenor miraba
la escena asombrado, el humano había resultado ser un rival impresionante,
mejor que cualquier dragón. Había una fuerza inmensa en aquel guerrero
insignificante que le costaba descifrar. Élestor susurró unas palabras y la tierra
alrededor de la espada tembló. Un polvo diminuto y brillante se alzó en el
aire...¡¡¡Era polvo de diamante!!! El polvo se arremolinó rodeando la hoja de
la espada y a una orden del guerrero, se mezcló mágicamente con el arma. El
dragón observó extrañado el proceso pero el humano sabía lo que se hacía. Los
Terrarus conocen perfectamente las rocas, piedras y minerales y saben que el
diamante es el material más duro de todo Dámbil. El polvo de diamante se había unido mágicamente a la espada y ahora podría cortar las escamas de
dragón.
- ¡¡¡Prepárate
a morir bestia inmunda!!! -gritó mientras corría hacia su destino-.
Dúlfenor, paralizado,
miró la espada y una sensación desconocida lo invadió... ¿era miedo? Élestor
lanzó un poderoso tajo y esta vez sintió como la hoja de la espada penetraba en
las escamas de la bestia hiriéndolo en el pecho.
maestro esta to guapa por la abuela
ResponderEliminarmaestro esta mu chula delante de dios
ResponderEliminarmaestro esta guapa por la abuela teiya
ResponderEliminarque chuleta el maestro que tiene mucha imaginación diana
ResponderEliminarmaestro esta muy chula rafi
ResponderEliminarEsta todo muy chulo y como siempre con la entriga
ResponderEliminarFirmado: Rosa
Maestro tienes una y imaginación que flipas.Aarón
ResponderEliminarmuy bueno el capitulo me encanta esa batalla epica de el gerrero Élestor contra el imnombreble Dulfenor Luis
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