Los aleteos de
un jilguero agitaron el ramaje del árbol que cobijaba la marcha de los tres
miembros del Consejo. Encabezando la marcha iba Lumi, que vestía una armadura
pesada y un inmenso martillo de guerra
en el fardo de su espalda. Un poco más atrás caminaban Pepi y Finred que
charlaban animosamente. La muchacha iba ataviada con una armadura de cuero
endurecido tan oscura como el carbón y usaba una nignata, un bastón coronado
por una cuchilla enorme, para apoyarse durante la marcha. Cerrando el grupo, en
último lugar, iba Luis que seguía a sus compañeros con desgana. Su atuendo era
un vivo reflejo de su actitud, mientras Lumi y Pepi iban claramente preparados
para combatir, Luis portaba un atuendo más propio de un viajero que de un guerrero. Era el tercer día
de viaje, su camino los había llevado hasta la Gran Cordillera, una cadena de
montañas que dividían Dámbil por la mitad y que separaban la mitad norte de la mitad sur. Aunque había diferentes
lugares por los que podrían sortear las montañas y llegar al norte, todos
sabían que el camino más rápido y sencillo se encontraba en el “Paso de los Gemelos”.
- Estamos cerca del “Paso de
los Gemelos”, cuando lo atravesemos,
debemos ir al oeste en busca de los principales asentamientos elfos –comentó
Lumi que oteaba el horizonte donde el Paso de los Gemelos se presentaba en la
distancia como dos inmensas montañas separadas por un camino de apenas veinte
pasos de anchura. Era el único lugar en
varios kilómetros que permitía cruzar del sur al norte con cierta facilidad.
- ¿Por qué lo llaman el “Paso de
los Gemelos”? – preguntó Pepi curiosa-.
- Pues la verdad que no tengo ni
idea, dijo Lumi, es el nombre que pone en los mapas –se excusó el muchacho-.
- Tal vez yo pueda solucionaros esa duda –intervino
Finred-. Esa línea de montañas que van de Este a Oeste formaban una sólida
barrera que separaba el norte del sur de Dámbil –explico el elfo mientras
señalaba la cordillera que se extendía en la línea del horizonte-. Durante
muchos siglos la comunicación entre Norte y Sur era terriblemente complicada.
Es verdad que existían pasos por la montaña que se podían atravesar con arduos
viajes pero en tiempos de paz, decidieron abrir un paso que facilitara el
comercio entre las ciudades del Norte y del Sur. Partieron la montaña más
grande usando magia ancestral y dejaron dos mitades idénticas, gemelas,
separadas por un camino estrecho por el que puede pasar una carreta ligera.
Cuando nos adentremos en el paso podréis observar el corte mágico y las
superficies pulidas de los laterales del paso.
En ese
instante, la conversación despertó la curiosidad de Luis que seguía a sus
compañeros sin prestarles mucha atención. Al mencionar el elfo que la montaña
había sido cortada con magia para abrir un camino, no pudo evitar acordarse de
lo que le había dicho su maestro Bruce:
“este hechizo usado por un guerrero de la ira, podría partir montañas”. Eso fue
lo que le dijo su instructor cuando trataba de enseñarle a controlar su poder
eolir “¿habría cortado esa montaña un guerrero de la ira?”. Pensando en
aquello, siguió caminando con parsimonia tras sus compañeros.
- Pero hay una cosa que no
entiendo –dijo Pepi- ya puestos a abrir un paso ¿por qué tan pequeño? ¿Por qué
no hacerlo mucho más ancho para que el camino sea más sencillo? –preguntó Pepi.
- Bueno, eso tiene una
explicación un tanto complicada. Para entender esto, hay que situarse en la
época en la que se construyó el paso. Por aquellos entonces, Dámbil había
sufrido el castigo de numerosas guerras entre orcos y humanos. Aunque la paz
reinaba, se decidió hacer un camino que fuese lo suficientemente grande para
dejar pasar a la gente pero que impidiera a los ejércitos pasar con facilidad
por si volvían las guerras y los conflictos- explicó el elfo.
- A ver si he entendido bien,
cuando hicieron el paso, lo hicieron lo suficientemente grande para dejar pasar
a los comerciantes, pero tan estrecho como para impedir que un ejército pudiera
pasar con comodidad – resumió Lumi que atendía con perplejidad las explicaciones de Finred.
- Exacto, aunque un ejército podría
pasar, tardaría muchísimo y sería muy
dificultoso, de ese modo los pueblos darían la voz de alarma y nunca pillarían
ciudades desprevenidas ante un ataque.
- Pues sí que es curioso, al
final si pensamos con frialdad, los grandes acontecimientos de este mundo
siempre están marcados por las guerras –se lamentó Lumi.
No tardaron
mucho en llegar al lugar donde la montaña se había partido para dejar un paso
sencillo a los comerciantes. Los tres humanos y el elfo se adentraron en aquel pasillo
de paredes inmensas. El “Paso de los Gemelos” estaba escasamente iluminado y se
vieron obligados a encender una antorcha. Al hacerlo, las paredes brillaron de
forma anárquica mostrando un fabuloso espectáculo de luces y colores. Todos los
minerales que formaban los estratos de la montaña dibujaban curiosas líneas
horizontales a través de todo el paso. Todos asistieron a un espectáculo
hermoso, donde la magia y la naturaleza se fusionaban para deleite de sus ojos.
- Cuando salgamos del paso,
veremos el pueblo Pasoalto, es la civilización más cercana al Paso de los Gemelos,
quizás podamos comprar algunas provisiones allí – dijo Lumi.
- Eso sería mala señal, querido
Lumi –dijo Finred-. Es más que probable que este paso sea el camino elegido por
Górmul para llegar al Bastión, espero que todos los habitantes se hayan puesto
a salvo. Si queda gente allí, estará en serio peligro pues el ejército de
muertos no dudará en arrasar sus hogares y robarles la vida –concluyó el elfo.
- ¡Vaya! Pues no había pensado en
eso, esperemos que hayan abandonado la aldea para refugiarse en un lugar seguro
–añadió Lumi-.
- Pues me parece que esos idiotas
no tienen ni idea lo que está pasando en Dámbil, tan solo mirad allí- intervino
Luis señalando la salida del paso que dejaba entrever la ciudad en la lejanía y se apreciaba
movimiento y ajetreo en sus gentes, desde luego sus ciudadanos no habían
abandonado su hogar.
- ¿Pero es que nadie los ha
avisado? – gritó Pepi un tanto indignada. Toda esa gente está en peligro,
debemos avisarlos.
- ¡Claro! Y de paso podemos
quedarnos unos días tranquilamente disfrutando de su hospitalidad –exclamó Luis
en tono irónico. No podemos permitirnos perder el tiempo, tenemos que buscar a
los elfos e intentar encontrar el zafiro. Si han sido tan tontos como para
quedarse en su casita esperando a Górmul… ¡Allá ellos!
Finred
no pudo replicar al joven pero todos intuyeron que estaba horrorizado por la
falta de sensibilidad de Luis. Parecía que el muchacho había olvidado su
principal deber; proteger a las gentes de Dámbil.
- Me da igual lo que digas, Luis,
vamos a ir a ese pueblo y avisar a sus gentes –dijo Pepi con mucha frialdad
para terminar preguntando- ¿tú qué dices Lumi?
- Estoy contigo Pepi, nuestra
obligación es proteger a las gentes de Dámbil, debemos acercarnos al pueblo y
ver qué está pasando.
- No hay más que hablar –
sentenció Pepi sin ocultar el creciente enfado por la actitud de Luis-somos dos
contra uno, iremos al pueblo.
Mientras
se acercaban a Pasoalto, los habitantes
del pueblo empezaron a agitarse y
salieron a recibir a los misteriosos forasteros. Las gentes del lugar
eran sencillas y abiertas, todos eran humanos que vivían del comercio
aprovechando la situación estratégica de su asentamiento. Muchos aldeanos los
rodearon al entrar en la frontera con actitud amigable. Fue Pepi la que rompió
el hielo.
- Necesitamos hablar con el
gobernador del pueblo, somos consejeros del Bastión –explicó con voz
autoritaria y firme.
Un anciano que
se apoyaba en un bastón y vestía con una túnica de tonos pardos se dirigió a
Pepi.
- Nuestro gobernador está en la
casa del pueblo, si me hacéis el honor de acompañarme, consejera, yo mismo os
guiaré.
- Por supuesto –afirmó Pepi
haciéndole al anciano una pequeña reverencia en señal de agradecimiento-.
Curiosos, los
habitantes de Pasoalto salieron a sus calles dispuestos a ver a los consejeros
del Bastión, nunca antes los habían visitado personajes tan distinguidos y
nadie quería perderse aquel inesperado desfile. Luis seguía cerrando la marcha
con el rostro serio y profundamente disgustado con sus dos compañeros. Por su
culpa estaban desperdiciando un tiempo precioso. En eso pensaba cuando algo
tiró de la manga de su camisa.
- Pero que narices…- interrumpió
su frase al ver que era un niño el que tiraba de su camisa. Luis se vio
profundamente atraído por los ojos de aquel mocoso, grandes, brillantes y
llenos de ilusión.
- ¿Es verdad qué son ustedes los
“Señores de los Elementos”? – preguntó el muchachito con la voz cargada de
admiración y Luis pensó que sonaba bastante bien eso de “Señores de los
Elementos”.
- No molestes niño, no ves que
estamos ocupados- dijo Luis con
desprecio y reparó en que el chico llevaba bordada en su camisa una estrella de
cuatro puntas y cuatro destellos que simbolizaban la esperanza. El niño, lejos
de sentirse intimidado por la brusquedad del consejero, siguió tirando de la
manga de Luis.
- ¿Es verdad que han venido a
salvarnos? –preguntó insistente el muchacho, entonces Luis se frenó en seco y
sacudió el brazo para librarse del agarre del chico y liberar su manga.
- ¡Nene, no seas pesado! –dijo
Luis bruscamente y observó sorprendido que el chico seguía sonriendo como si no
acusara sus malos modos.
- Yo sé que habéis venido a
ayudarnos y que ahora todo saldrá bien – diciendo esto el niño se dio la vuelta
y se fue dando saltos gritando “¡estamos salvados!” mientras se perdía entre el
gentío.
Luis negó con
la cabeza sin dar crédito al optimismo del niño y continuó caminando tras el
anciano que los guió hasta una casa
grande, un poco más lujosa que el resto de edificios pero sin romper la
estética sencilla y austera del resto del pueblo.
-Ya hemos anunciado vuestra
llegada, el gobernador os está esperando –dijo el anciano abriendo la puerta
del edificio para que entraran los consejeros.
- Gracias por acompañarnos –dijo
Lumi y el anciano le correspondió con una desdentada sonrisa.
Al entrar, un señor de mediana
edad los esperaba sentado en una gran mesa cubierta por un enorme mapa de
Dámbil.
- Por favor, entrad –dijo el
hombre invitando a los recién llegados-. Mi nombre es Árgod, soy el gobernante
de estas tierras y estoy conmovido con vuestra llegada, hace tiempo que pedimos
ayuda y vemos que nuestras plegarias han sido escuchadas.
Los tres
muchachos y el elfo se miraron con cara de circunstancias, todos tenían claro
que su visita a Pasoalto era pura casualidad, no sabían que la ciudad hubiera
pedido auxilio. Sin saberlo, su aventura acababa de cambiar totalmente.
- Lo siento mi señor –rebatió
Lumi educadamente- pero me temo que hay un malentendido. No sabíamos que su
pueblo necesitara ayuda, nuestro camino nos lleva al oeste pero al ver que su
ciudad no había sido evacuada decidimos venir a avisar del peligro que conlleva
que permanezcan aquí. ¿Son conscientes de que un inmenso ejército de muertos
pasará por aquí arrasando todo a su paso?
Árgod se sentó en la silla, como
si las palabras de Lumi le hubieran caído como una pesada losa.
- Claro que lo sé muchacho, por
eso estamos desesperados. Hace varios días nos llegaron mensajeros de pueblos
cercanos avisando del inminente peligro, pero no tenemos donde refugiarnos, las
ciudades más cercanas nos pillan a varios días de camino al norte, solo podemos
ir al sur donde nos esperan duras
jornadas de viaje cargando con ancianos y gente enferma. He intentado
convencerlos de que hay que marcharse pero se niegan a abandonar sus hogares –
el gobernador terminó su explicación y Pepi y Lumi se miraron con preocupación.
Luis, un poco más distante, observaba todo con creciente expectación, algo le
decía que sus compañeros iban a decepcionarle.
- No podemos abandonarlos a su
suerte –le dijo Pepi al oído a Lumi y éste asintió expresando su acuerdo con su
compañera, Luis escuchó a su compañera y sintió que su furia aumentaba.
- ¿De verdad estáis pensando en
tirar al traste nuestra misión para ayudar a esta panda de inútiles? – gritó
Luis fuera sí sin poder contenerse-. Han tenido tiempo de sobra para abandonar
este mugriento pueblucho y han decidido esperar aquí su propia muerte. No
podemos hacer nada por ellos, ya están sentenciados.
Pepi no pudo
dar crédito a lo que escuchaba. Sin mediar palabra agarró fuertemente a Luis
por el brazo y lo llevó a una habitación próxima a la gran sala en la que
estaban. Árgod miraba estupefacto el espectáculo mientras Finred y Lumi permanecían serios y callados.
Ya dentro de la habitación, que resultó ser un pequeño despacho, Pepi cerró de
un portazo la puerta y se puso a muy pocos centímetros de la cara de Luis, sus
narices casi se tocaban y los ojos de la muchacha destilaban fuego e
indignación. Luis no se amilanó y le mantuvo la mirada.
- Hasta ahora pensaba que eras un
muchacho distante y que eso te hacía ser brusco y algo huraño pero hoy veo con decepción
que en realidad eres mezquino y egoísta
–dijo Pepi mientras tocaba con su dedo el pecho de Luis en actitud acusatoria-.
¿Acaso no recuerdas tu juramento? Todos, cada uno de nosotros, juró proteger
con su vida a los habitantes de Dámbil de cualquier mal, que antepondríamos su
seguridad por encima de todo –le recordó Pepi-.
- ¿Me estás diciendo que debemos quedarnos
con estos mugrientos y morir con ellos mandando al traste nuestra
misión? –gritó Luis elevando exageradamente la voz y con tono de incredulidad.
- Eso he dicho –contestó Pepi con
frialdad.
- ¿No te das cuenta de que ya
están muertos? – volvió a gritar Luis con violencia, pero esta vez un bofetón
le cruzó la cara impidiendo que siguiera hablando. La mano de Pepi cortó el
aire propinando un tortazo a Luis para que callara.
- No morirán, no mientras cumpla
mi juramento, me entristece que tú ya lo hayas
olvidado – concluyó Pepi con voz solemne y abandonó la habitación
dejando allí a Luis.
El muchacho no
sabía si le había dolido más el tortazo o las palabras de su compañera, pero
sin pensarlo dos veces salió de la habitación dispuesto a cobrarse venganza,
aquello no podía quedar así. En ese preciso instante cuando volvía a la sala
donde se encontraba el gobernador y sus compañeros de viaje, la puerta se abrió
de golpe con estrépito y un jinete que parecía exhausto entró visiblemente
nervioso.
- Mi señor-dijo el jinete
dirigiéndose a el gobernador- he venido todo lo rápido que he podido, vengo con
un mensaje de las tierras del norte. El ejército de Górmul se encuentra a menos
de un día de camino, avanzan rápido como una marea negra arrasando todo rastro
de vida a su paso –dicho esto, comenzó a jadear con exageración tratando de
tomar el aire y visiblemente fatigado.
Luis se detuvo
y todos se observaron. El gobernador miró con ojos suplicantes a los consejeros
y Pepi tomó la palabra.
- Árgod, convoque a su pueblo,
debemos ordenarles que preparen sus cosas para partir de inmediato. Abandonamos
la ciudad, y nosotros los guiaremos al Bastión – ordenó Pepi segura de sí misma
y Lumi puso la mano en el hombro de su compañera manifestando el apoyo a su
decisión.
- Haré lo que me pides muchacha,
pero me temo que mi autoridad ya no es respetada por mi pueblo. Tal vez si
vosotros os dirigís a ellos…-dejó caer
el gobernador-.
- Yo lo haré –se ofreció Lumi, ya
era la segunda vez en muy poco tiempo que hablaría en público, pero una vez
más, lo que tenía que decir era demasiado importante como para que la timidez o
la inseguridad frenara sus palabras.
Tras un corto
espacio de tiempo, la plaza cercana a la casa del gobernador se llenó con todos
los habitantes del pueblo. Lumi estimó que en Pasoalto habría en torno a unos
dos mil habitantes. Contaban con una guardia para su propia defensa, unos ciento cincuenta guerreros armados con
sencillez; lanzas, arcos y cota de malla. Los congregados miraban fijamente a
la escalinata donde Lumi, junto con el gobernador y sus compañeros, se habían
subido para que se les viera y escuchara mejor. Sintió de nuevo los nervios
recorrerle el estómago subiéndole por la garganta intentando ahogar sus
palabras. Carraspeó y se dispuso a ahuyentar sus fantasmas para hablar con
autoridad.
- Gentes de Pasoalto vuestras
vidas corren un grave peligro- comenzó Lumi y sintió que la gente se agitaba
nerviosa-. Un gran ejército de muertos llegará mañana a vuestras fronteras y me
temo que nada podemos hacer contra esta amenaza, debéis abandonar vuestros
hogares y marchad con nosotros de regreso al Bastión.
- ¡No abandonaremos nuestros
hogares! –gritaron desde el público y cientos de voces vitorearon y apoyaron la
idea, Lumi se dio cuenta de que si seguía así la cosa, sería imposible
convencer al pueblo y decidió cambiar de estrategia.
- ¿Qué es un hogar? – preguntó
Lumi con voz poderosa para captar la atención y todos callaron para escuchar al
consejero. ¿Acaso un hogar es un techo? ¿Tal vez sean las paredes que nos
protegen del frío? ¿O quizás los muebles que tan fácil nos hacen la existencia?
–Lumi dejó sus preguntas flotando en el aire, haciendo una pausa para que las
gentes reflexionaran y volvió a hablar con tono solemne-. Un hogar no es nada
de eso, un hogar es tu familia, el calor de tus hermanos, el abrazo de unos padres y la cercanía de tus
vecinos –el muchacho volvió a callar y observó que muchos asentían con la
cabeza dándole la razón-. No os estoy pidiendo que abandonéis vuestro hogar,
pues marcharemos todos juntos. Vuestro pueblo puede ser arrasado, las casas
destruidas, los cultivos quemados y la tierra mancillada, pero mientras todos
estemos juntos y vivos, siempre existirá la esperanza de volver a fundar un
hogar el día de mañana y os juro por mi honor que haré todo lo posible para que
las gentes de Pasoalto vivan para tener un futuro – las gentes comenzaron a
vitorear a Lumi y a aplaudir su discurso, el gobernador miró con ojos
agradecidos al muchacho.
-¿Estáis con nosotros? – gritó
Pepi todavía entusiasmada con las palabras de Lumi y el pueblo gritó un “sí” que recorrió cada callejuela de
Pasoalto.
- Preparaos para el viaje, cargad
solo con las provisiones indispensables- dijo el gobernador cuando volvió a
hacerse el silencio-. Partiremos al alba.
Maestro esta muy bonita Teiya
ResponderEliminarEsta mu chula Pepi
ResponderEliminarMaestro esta mu chulilla Diana
ResponderEliminarmaestro es muy bonita pero siempre sacas a los mismos Rafi
ResponderEliminarmaestro me encanta esta bien chulaca
ResponderEliminarYumara
muy buena historia sigue así, Juan
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