Al calor de la
hoguera los miembros del Consejo junto con el jinete y Lucero, intercambiaron
ideas y temores sobre su aventura. Recordando lo que Aarón le había dicho unos
minutos antes, el caballero se dirigió a él con curiosidad.
- Muchacho, hace un rato me
dijiste que sabías una historia sobre los Caballeros de Aniram, me gustaría
mucho oírla. Hace tanto tiempo que no hablo con nadie que desconozco lo se
cuenta de nosotros en los libros de historia – solicitó el jinete-.
- Bueno, realmente no es
exactamente de todos los caballeros de
Aniram y tampoco la leí de un libro– empezó a explicar Aarón-. No hace mucho,
mi maestra Victoria me recomendó que leyera para encontrar soluciones a los
problemas que sucedían en Dámbil. Como no soy muy buen lector empecé trabajando
con pequeños pergaminos y me sorprendí al encontrar una historia sobre un
caballero que cambio el rumbo de la guerra más famosa de Dámbil – al decir esas
palabras el jinete pareció sorprenderse y el mismo Lucero agitó sus manos
nervioso.
- ¿Estás hablando de un caballero
de Aniram?- preguntó sorprendido el caballero.
- Así es, de uno solo – confirmo el
consejero. Resulta que los libros de historia no contaron toda la verdad sobre la guerra que hubo entre el Rey
Brazofort y el Caudillo Calaverón que enfrentó durante años a orcos y humanos a
causa del Pergamino Elemental. O al menos eso es lo que se dice en estos
pergaminos perdidos que encontré en la biblioteca.
- ¿Estás diciendo que los libros
de historia mienten? – preguntó Juan un tanto desconfiado.
- No es necesario que mientan,
querido Juan – explicó el caballero con tono condescendiente- Hay veces que los
libros solo cuentan una parte de la verdad o la versión de los vencedores de un
conflicto. No es nada extraño. Por eso me gustaría escuchar esa historia.
Adelante, muchacho – animó el jinete para que Aarón comenzara.
- Está bien, como sabéis, según
los libros de historia, cuando el Rey Brazofort y Calaverón rompieron el
Pergamino Elemental, se dieron cuenta de los desastres que había causado su
codicia y decidieron hacer un tratado de paz para terminar con aquella locura.
Pues bien, según lo que leí, no fue exactamente así –el muchacho carraspeo para
aclarar la voz y continuó con su relato-. Al parecer, llenos de odio, el Rey
Brazofort y Calaverón volvieron a citarse en el campo de batalla dispuestos a
darse muerte. A diferencia de las ocasiones anteriores, sus ejércitos eran
pequeños pues sin el Pergamino
Elemental, muchos guerreros de ambos bandos abandonaron a sus líderes cansados
de tanta violencia. Pero los soldados que estaban profundamente contaminados
por el odio de la guerra, decidieron seguir luchando empeñados en una rivalidad
que transcendía cualquier lógica o razón. Cuando los contendientes se
encontraban frente a frente dispuestos a arremeter sin piedad contra el otro
bando, un caballero de Aniram se interpuso en su camino. Al principio pensaron
que era un emisario pero allí quieto, sin moverse aquel jinete recitó un
conjuro con palabras graves y antiguas que clamaban a sus ancestros. Los
testigos aseguran que el caballero comenzó a brillar como una estrella y a su alrededor, como por arte de magia,
fueron apareciendo caballeros con sus majestuosas monturas. Uno tras otro, los jinetes formaron una fila
de más de mil caballeros y se quedaron quietos, interponiéndose entre las dos
fuerzas como una inmensa muralla de acero vivo.
- ¿Qué pasó entonces? –preguntó Joaquín
que seguía la historia embelesado.
- No paso nada, eso es lo
fantástico –contestó Aarón. La caballería invocada mágicamente permaneció
totalmente inmóvil durante varias horas. Muchos de los guerreros de Calaverón y
Brazofort, asumieron que una magia tan poderosa solo podía ser voluntad de los
dioses que deseaban que cesara la violencia. Poco a poco los enemigos se
retiraron del campo de batalla hasta que quedaron solos Calaverón y Brazofort.
Fue entonces cuando el hechizo se disolvió, y solo quedó el caballero que había
invocado un ejército de la nada. Frente a frente, los jefes de ambos bandos no
tuvieron la valentía de pelear. Sin ejército, sin pergamino, ambos se retiraron
a reflexionar a sus tierras donde más tarde llegarían a la conclusión que lo
más razonable era firmar la paz.
- ¿Y qué fue del caballero? – se interesó
Luis Gabriel.
- Bueno, al final del texto
venían algunas suposiciones. Se dice que el Rey Brazofort, preso de la ira,
mandó capturar al caballero para ejecutarlo por su traición, a fin de cuentas
un humano se había rebelado ante su rey. Se dice también que consiguió huir con su
caballo y perderse en la inmensidad de Dámbil – aclaró Aarón.
- ¿Cómo se llamaba el pergamino
que leíste? – preguntó el jinete que asimilaba las palabras de Aarón con cierta
satisfacción al mismo tiempo que sus ojos brillaban como las brasas de la
hoguera.
- Se titulaba “La carga de los
mil jinetes” –respondió el muchacho.
- Es una historia genial,
muchacho y me alegro de que me la hayas contado, sin duda aquel caballero era
un jinete de Aniram porque tal y como juramos al entrar en nuestra orden; la
violencia es el último recurso del buen guerrero.
- Sí, fue capaz de evitar una
batalla sin recurrir a la violencia. Ojalá pudiéramos hacer un hechizo
semejante, en estos tiempos nos vendría genial aunque no creo que las huestes
de muertos de Górmul quieran negociar una rendición –observó Aarón-.
- Bueno yo puedo enseñaros algo
que quizás os sirva llegado el momento –insinuó el jinete-. Vamos, levantad, ha
llegado el momento de que aprendáis a combatir como un guerrero.
- Yo ya soy un buen guerrero –
dijo Joaquín ofendido.
- He dicho que os enseñaré como
UN buen guerrero – explicó el caballero enfatizando el “UN” de su frase-. Sois
cuatro, os enseñaré a combatir como uno solo, coordinando vuestras mentes y
vuestro esfuerzo. Si conseguís entender el concepto, seréis imparables.
- Eso suena bien, yo quiero que me
“aprenda”- dijo Luis Gabriel y todos estuvieron de acuerdo con él.
El
jinete los llevó al exterior de la cueva. La noche avanzaba pero las nubes y la
tormenta dejaron un firmamento limpio y sereno. La luna vertía su luz sobre los
bosques haciendo que el entorno se iluminara con tonos plata y el aire trajera
suspiros de madrugada. El caballero los guió a un pequeño claro donde no
existían obstáculos y el terreno era uniforme.
- Atacadme – los desafió el
caballero que portaba como única arma un bastón de madera.
- Le vamos a hacer daño –
advirtió Juan que empuñaba su hacha de doble hoja y que sentía una inmensa
euforia consecuencia de la ingesta del “corazón de estrella”.
- Adelante – les invitó el
jinete.
Los
cuatro se lanzaron al ataque realizando combinaciones de ataques con sus armas.
El caballero se movía con una ligereza y agilidad más propia de una anguila.
Sus movimientos eran eléctricos a la paz que gráciles y usando su bastón fue
capaz de esquivar a los cuatro consejeros con una facilidad casi insultantes.
Así pasó más de una hora. Los miembros del Consejo no acusaban el cansancio,
repletos de energía como estaban gracias a la milagrosa fruta. Lucero miraba desde
una distancia prudencial, bufaba y relinchaba. Aarón miró al corcel y casi pudo asegurar que el animal se reía y
disfrutaba con el espectáculo. De repente el jinete propuso un descanso.
- ¡Alto! Descansad un rato
mientras os explico una cosa- los muchachos depusieron las armas y se sentaron
en el suelo perlados de sudor-. Estáis combatiendo como individuos no como un
equipo. No habéis conseguido tocarme pero si me prestáis atención y actuáis
como yo os diga os aseguro que mejoraréis enormemente. ¡Tú! –dijo señalando a Luis
Gabriel- A partir de ahora te olvidarás de atacar, tienes una personalidad
protectora y te preocupas de los tuyos. Serás el escudo del guerrero, tu
obligación consistirá en mantener a salvo a tus compañeros. ¡Tú, el cabezota!-
dijo refiriéndose a Juan-. Serás la espada del guerrero, eres temerario y audaz,
arremete con fuerza contra tu enemigo y delega la defensa en Luis Gabriel –
Juan asintió confirmando que había entendido la explicación-. ¡Aarón! Tú serás
las piernas del guerrero, eres ágil y veloz, muévete por el campo de batalla
para llegar donde tus compañeros no puedan – Aarón se levantó y corrió en
círculos haciendo una demostración de sus cualidades-. ¡Joaquín! Eres astuto e
inteligente, capaz de discurrir en momentos de alta tensión, serás la cabeza
del guerrero. Hazte oír en el campo de
batalla, guía a tus amigos, dales órdenes claras para afrontar el peligro y
observa a tu rival para encontrar su punto débil. Ahora, me volveréis a atacar
pero haciendo cada uno lo que os he
dicho, poned todos vuestros sentidos en el cometido que os he dado.
El
entrenamiento se reanudó y poco a poco los miembros del Consejo captaron la
idea del jinete. El caballero los corregía y les daba consejos para afinar su
coordinación.
- ¡Luchad como un solo guerrero!-
los animaba.
Durante un
rato largo los consejeros trataron de alcanzar al jinete pero éste parecía prever
todos sus movimientos. No obstante parecía que sus ataques comprometían cada vez más a su aliado hasta que en un movimiento
perfectamente coordinado Juan estuvo a punto de derribar al caballero. Este se
sobrepuso y dio por terminado el combate. En ese preciso instante el cielo se
inundó de un rojizo resplandor y todos quedaron perplejos al comprobar que el amanecer los sorprendía.
Habían pasado toda la noche luchando.
- ¡Muy bien muchachos! Casi
domináis mis enseñanzas – exclamó el jinete-. Pero tenéis una misión por
cumplir y una montaña por escalar – recordó señalando uno de los pasos de la
cordillera-.
- ¿Por qué no vienes con
nosotros? -preguntó Aarón esperanzado y el jinete se quedó mirando fijamente a
Lucero-.
- No puedo acompañaros, tengo que
atender mis propios asuntos – explicó el jinete-.
- Pero no puedes abandonarnos a
nuestra suerte, Dámbil necesita cualquier ayuda –insistió Aarón-.
- El papel que jugaré en la
batalla contra Górmul tendré que decidirlo con Lucero durante los próximos días,
muchacho. Esforzaos al máximo en cumplir vuestra misión.
No
pudieron insistir mucho porque el caballero y Lucero se marcharon con las
primeras luces del amanecer, no sin antes desearles suerte. Los consejeros se
deshicieron en halagos y agradecimientos para Lucero y su jinete.
Los
cuatro no tardaron demasiado en emprender su ascenso por la montaña. Iban
ligeros a pesar de sus fardos. Las lecciones del jinete los había colmado de
confianza y “el corazón de estrella” los dotaba de una energía y resistencias
fabulosas. El camino, a pesar de lo tortuoso del terreno, se realizó con cierta
facilidad. El sol estaba en su punto más alto cuando consiguieron atravesar el
paso de montaña y enfilar uno de los caminos que llevaban a los asentamientos
de orcos y trolls. Animados por la falta de cansancio ni tan si quiera pararon
a comer, a pesar de que Juan insistió en ello varias veces. Al llegar a terreno
llano, decidieron marchar corriendo a buen ritmo para recuperar tiempo perdido.
No pasó mucho rato cuando un imponente soldado orco y un oficial troll algo más
pequeño que su compañero, salieron a recibirlos. Con cara de pocos amigos y
pertrechados para el combate, vestían fragmentos de armaduras de placas y
cuero.
- ¡Alto ahí extranjeros! – ordenó
el troll con voz estridente.
- ¡Venimos en son de paz! –explicó
Luis Gabriel con tono claro pero calmado-. Soy Luis Gabriel, miembro del
Consejo de los 18 y estos son mis compañeros. Vamos en busca del clan de Colmilloferoz.
- Pues ya nos habéis encontrado,
estos son terrenos del clan Colmilloferoz- dijo secamente el otro orco con voz
brusca-. No queremos forasteros en nuestras tierras así que marchaos si no
queréis problemas.
- ¿Quieres que le atice? –
preguntó Juan susurrando al oído de Luis Gabriel a lo que éste contestó con un
gesto negativo de su cabeza al mismo tiempo que Juan parecía defraudarse.
- Necesitamos tener una audiencia
con vuestro rey, traemos noticias inquietantes. Necesitamos ayuda de vuestro
clan – explicó el muchacho-.
- Nuestro rey no desea recibir a
nadie y no prestaremos ayuda a extranjeros –replicó el troll-.
- Me temo que el problema que
queremos tratar con vuestro rey es de suma importancia para que el destino de
nuestro mundo lo decidan dos exploradores. No deseamos recurrir a la violencia
pero si nos impedís llegar a vuestro rey estamos dispuestos a cualquier cosa –
el tono de Luisga se hizo más amenazador y taimado, sus compañeros acariciaron
la empuñadura de sus armas con aire desafiante, el troll dudó-. Vamos, somos
cuatro contra dos. Nuestro deseo es solo parlamentar, dejadnos expresar
nuestros temores a vuestro rey y nos marcharemos por donde hemos venido – esta última
aclaración pareció convencer al troll, especialmente la amenaza de un combate
en desigualdad.
- Esta bien, os llevaremos ante
nuestro rey pero os advierto que si intentáis hacer algo extraño seréis
ejecutados en el acto – Luisga asintió con la cabeza haciéndose cargo de la
advertencia-.
Caminaron
junto con los exploradores del clan Colmilloferoz por un largo trecho a través
de senderos y bosquejos. No tardaron en ver las casas típicas de los orcos en
torno a campos de cultivo. Eran hogares sencillos con tejados de cuero y
adornos de hueso que las hacían acogedoras al mismo tiempo que amenazadoras. Al
fondo una gran muralla de piedra que se erguía con maestría en torno a la falda
de una montaña se veían las puertas de la fortaleza del rey Grakuy.
Los cuatro
consejeros fueron escoltados a lo largo de las calles donde innumerables orcos salieron
a recibirlos con aire hostil y desconfiado. Llegaron a un enorme edificio de
madera y piedras silleras que se unían a la perfección con delgadas líneas de
argamasa. Los revestimientos eran toscos
mazacotes de madera ribeteados. Aquí y allá se alzaban estandartes del clan que
bailaban sinuosos con la brisa del mediodía. Guiados hasta su interior los miembros del Consejo se encontraron frente a
frente con el rey Grakuy, el temible semitroll de piel azulada que gobernaba
con mano de hierro a los orcos y trolls al noroeste del mundo mágico. Los consejeros fueron presentados y
permanecieron ante la escrutadora mirada del rey. Al agitarse en su asiento,
Grakuy acomodó sus brazos dejando al
descubierto el cetro que albergaba en su regazo. Los cuatro miembros del
Consejo contuvieron la respiración, al ver el cetro del rey sus ojos se posaron
atraídos por un magnetismo irresistible hacia la enorme piedra azul que coronaba la vara del
monarca.
- ¿Habéis sentido lo mismo que
yo? – susurró Aarón a sus compañeros al sentir que la piedra azul lo embelesaba
y lo atraía guiado por una fuerza bondadosa.
- Es…es el Zafiro de Estrella –
exclamó Luisga con voz queda, asombrado por magia que rodeaba el cetro del rey.
- Lo hemos encontrado – añadió Juan
esperanzado-.
- No os he dado permiso para
hablar- bramó el Rey Grakuy. Pero ya que tenéis ganas de charlotear, más vale
que me expliquéis que hacéis en mis tierras.
- Curiosos son los modales con
los que recibís a amigos y aliados – observó Luisga-. Mi señor traemos una
petición de auxilio del Bastión, como bien sabéis nuestro mundo se halla amenazado
por una fuerza que supera a cualquier mal conocido. Necesitamos la ayuda del
clan Colmilloferoz para detener el avance de Górmul – terminó de decir Luis
Gabriel-.
- ¡¡¡JAJAJAJAJA!!!- las risas del
monarca estremecieron el salón-. ¿Me estás pidiendo que abandone mis tierras
para ir a defender las vuestras? – el monarca siguió riendo largo rato y la corte
de orcos lo acompañaron en sus carcajadas.
- Rey Grakuy, los muertos son indestructibles, si no acudís
en nuestra ayuda, cuando terminen con el Bastión vendrán a vuestras tierras y arrasarán todo ¡Debemos
uniros para luchar contra Górmul! – explicó Aarón interviniendo en la audiencia.
- ¡Ah, sí! ¿Y por qué no venís vosotros
a defender mi hogar? – preguntó divertido el monarca mestizo.
- Señor, el ejército de muertos se dirige al Bastión, será allí donde
tenga lugar la batalla – explicó Luisga y mientras miraba con fijeza el cetro
del rey, añadió- Y tenemos razones para pensar que podemos acabar con Górmul
usando una magia muy antigua.
- ¿Magia antigua? ¡Explícate humano!
– exigió el rey.
- Perdón, mi señor, pero no puedo
revelarle ese secreto – contestó Luisga agachando la cabeza-.
- Entonces, marchaos y no volváis
– ordenó Grakuy airadamente e hizo un gesto con la mano indicando a sus
guardias que quitaran a los jóvenes de su vista-.
Los
consejeros estaban siendo rodeados por los guardias para echarlos del salón
cuando Luisga alzó la voz por encima de todos y gritó con todas sus fuerzas.
- ¡Eres un cobarde, Grakuy!
- ¡¿Cómo?! – bramó el rey
levantándose airadamente del trono. ¡Osas insultarme en mi propia casa!
- Así es –confirmó Luisga y
seguidamente, para sorpresa de todos añadió-. ¡Te desafío Rey de los
Colmilloferoz! – el consejero dejó que sus palabras hicieran efecto mientras le
susurraba a sus compañeros con voz casi inaudible-. Si muero, aprovechad la
confusión y robad el cetro del rey, el Zafiro debe llegar al Bastión cueste lo
que cueste.
- ¡¡¡Jajajaja!!!- No sé lo que os
enseñan en el Bastión pero solo alguien muy estúpido retaría al gran Grakuy.
Podría acabar con todos vosotros en un abrir y cerrar de ojos – se mofó el
monarca-.
- ¡Así sea! – gritó Joaquín que
estaba siendo arrastrado por los guardias. ¡Lucha con todos nosotros si tienes
valor y si vencemos nuestro compañero Luisga se proclamará rey!
- Esto va a ser divertido – dijo
el rey a toda su corte-. Traed mi hacha, os daré un espectáculo que tardaréis
mucho tiempo en olvidar –ordenó el orco seguro de la victoria-.
- ¿Por qué has hecho Joaquín? –le
preguntó en voz baja Luisga- ¿Qué pasa si morimos todos?
- Que moriremos juntos – afirmó Joaquín-.
No te vamos a dejar solo en esto, juntos tenemos más posibilidades de salir
vivos –
Mientras hablaban
el rey se enfundaba su armadura, una
extraña pieza de metal que solo cubría la parte baja de su abdomen y sus
muslos. Joaquín pensó que el diseño de la protección podía responder a dos
cosas, a que el rey tuviera tanta confianza en sí mismo que no le importaba
llevar el pecho desprotegido o que prefería llevar la parte alta ligera para
ser más rápido y letal con sus ataques, no le gustó ninguna de las dos
explicaciones. El gigante semitroll cogió su hacha.
- ¿Estáis preparados para morir? –
preguntó seguro de sí mismo el enorme Rey que superaba a Luisga en un cuerpo de
altura.
- Tened la cortesía de dadnos un
minuto – suplicó Aarón y el rey hizo un gesto condescendiente permitiendo que
los consejeros hablaran pues tenía total confianza en su victoria.
- ¿Qué vamos a hacer? – preguntó Juan
excitado ante la perspectiva del combate.
- Bueno en primer lugar intentar
que no nos mate y si tenemos alguna posibilidad de victoria pasa por dejar
fuera de combate al rey, no podemos matarlo – explicó Luisga-.
- ¿Por qué no podemos matarlo? –
preguntó Juan.
- No seas tonto, si matamos al
rey no saldremos de aquí vivos. No somos orcos, aunque lo hayamos desafiado el
pueblo no nos reconocerá como sucesores de Grakuy, nos desafiaran o nos matarán
directamente. Nuestra única salida es ganarnos su respeto en el combate y
esperar que cambie de opinión –manifestó Luisga-.
- ¿Y alguna idea de cómo hacer
todo eso? – preguntó Aarón.
- Por lo que he entendido tenemos
que dejarlo fuera de combate pero sin matarlo. Tengo una idea pero no es
elegante – propuso Joaquín con aire misterioso-.
- No te hagas el interesante y
cuéntanos, da igual que no sea elegante – exigió Aarón nervioso.
- Bueno, vamos a dejarlo KO
atacando por debajo de su línea de flotación – explicó Joaquín con una sonrisa
maliciosa.
- ¿Te refieres a que le zurremos
en los “pendientes reales”? – preguntó divertido Juan.
- Efectivamente, hay que darle
fuerte “ahí” para bajarle rápidamente los humos. Es un golpe bajo, lo sé, pero
es la técnica más efectiva para derribar a una mole como esa- dijo señalando al
enorme rival que tenían en frente-.
- ¿Cómo lo vamos a hacer? La zona
sensible la tiene muy bien protegida por esas placas de armadura, no vamos a
ser capaces de impactar en su “punto débil”.
- Podemos lograrlo si luchamos
como nos enseñó el jinete – dijo seguro de sí mismo Joaquín-. Si me hacéis caso
y luchamos como un solo guerrero combinando nuestras destrezas conseguiremos
ganar.
- Seré tu escudo –dijo Luisga
- Yo tus piernas- se unió Aarón.
- Y yo tu espada- terminó Juan.
- Está bien, yo iniciaré el
ataque. Aarón necesito que me des impulso. Luisga tienes que protegernos y
Juan, cuando te ordene, lanza un buen puñetazo a los “pendientes reales” de ese
grandullón – todos asintieron con rostro serio y concentrado-.
- ¿Podemos comenzar ya? –preguntó
el rey algo aburrido.
- Cuando gustéis – confirmó Luisga.
Uno
de los guardias hizo sonar un cuerno para dar comienzo al combate. Para
sorpresa del rey los cuatro consejeros salieron corriendo al mismo tiempo.
Aarón el más veloz de los cuatro tomó la delantera. El rey vio al muchacho
atacarle de frente y preparó su hacha para terminar con la vida de aquel humano
enclenque. El orco balanceó su hacha y lanzó un terrible tajo horizontal
dirigido a la cabeza de Aarón. El impacto era inminente cuando algo se
interpuso en la trayectoria de hacha de Grakuy chocando estrepitosamente. El
escudo de Luisga había frenado el golpe dirigido a su compañero. Aprovechando
que el rey trataba de recuperarse, Aarón se puso tras Luis Gabriel y se tumbó
boca arriba en el suelo con las piernas levantadas y semiflexionadas. Joaquín
apareció en ese momento y saltó encima de las piernas da Aarón que actuaron
como un muelle propulsor y lanzó a su compañero por los aires, saltando por
encima de Luisga y del rey orco. Juan fintó varios ataques amagando y
replegándose de forma rápida y efectiva. Grakuy se vio sobrepasado y dudó. Lo estaban
atacando por diferentes flancos y no vio volar a Joaquín por encima suya. El
muchacho hizo una pirueta en el aire y desenfundó sus dos espadas, mientras
caía lanzó un tajo cruzado y cortó las dos trinchas que sostenían la armadura
del rey. El pesado trozo de metal que protegía la zona baja del abdomen se
desprendió y cayó al suelo con un eco sordo. El rey quedó totalmente
sorprendido al ver que su armadura caía por arte de magia quedando desprotegido.
- ¡Ahora, Juan! – gritó Joaquín.
Entonces su
compañero avanzó como un toro y lanzó un
poderoso puñetazo a las partes pudendas del rey. El gigante orco se puso bizco
un instante y luego se desplomó en el suelo roto por el dolor. Gemía y
lloriqueaba cuando sintió el filo de una espada en su cuello.
-¡Ríndete rey Grakuy! – dijo Joaquín
satisfecho.
La
sala estaba en silencio, todos los asistentes al combate vieron como en pocos
segundos cuatro humanos habían vencido a su rey. Grakuy gemía en el suelo recuperando la
respiración.
- ¡Clan de Colmilloferoz!- bramó
Luisga con voz poderosa dirigiéndose a
todos los presentes-. No deseamos ser vuestros enemigos. El rey Grakuy se ha
batido con nobleza y valentía, de habernos batido con él de uno en uno, jamás
podríamos haberlo vencido. Vuestro monarca tiene nuestro respeto – Aarón entendió
la jugada de su compañero, deseaba mostrarse magnánimo en la victoria para
salir vivos de allí, las caras de los orcos y trolls de la sala se relajaron un
poco al escuchar los halagos de Luisga-.
- No…no os ayudaremos- dijo con
voz temblorosa el Rey Grakuy desde el suelo empeñado en mantener su postura y
su orgullo-.
- Está bien, respetaremos vuestra
decisión. No os pediremos que vengáis al Bastión a ayudarnos pero exijo un
premio de mi elección por haberos vencido en combate singular –solicitó Luisga
con astucia-.
- ¡Pedid lo que deseéis menos
nuestra ayuda! –gritó el rey mientras se levantaba del suelo.
- Quiero vuestro cetro, quiero la
vara del rey – solicitó Luisga.
- ¿Mi qué? – preguntó incrédulo
Grakuy.
- Deseo vuestro cetro, creo que
es un trato justo- explicó el muchacho.
El
rey de los orcos se acercó a su trono y cogió con desgana el cetro y se lo
entregó a Luisga. Justo en ese instante el Zafiro que coronaba la vara del rey,
empezó a brillar con un fulgor que inundó la sala de tonos azules intensos. De
la piedra surgió la voz de un hombre y todos los orcos, cautivados por una voz
que le hablaba desde el corazón y el recuerdo de sus ancestros, agacharon la
cabeza en señal de respeto y se
arrodillaron.
Maestro tienes mucha imaginación te espero en las otros Historias Aarón
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